He hablado hasta ahora de costumbres (de los chimpancés y de los hombres primitivos), no de instituciones. Pero hay una relación intima entre ambas. Los hábitos sociales tienen una fuerte tendencia a convertirse en costumbres, esto es, reglas de conducta además de ser hábitos.
-Edward Westermarck
En la entrada anterior vimos, resumido, lo que sabemos del incesto en primates. Vamos a ver ahora la relevancia de estos datos para el incesto en humanos. Para empezar, el incesto en humanos pertenece al campo de lo normativo, de las reglas morales acerca de lo bueno y lo malo que se enmarca en términos de prohibiciones y leyes. Como esto está codificado simbólicamente podemos observar que las reglas acerca del incesto varían mucho entre culturas, por ejemplo el tipo de relaciones que se consideran incestuosas varía de un sitio a otro. También es muy importante que el tipo de relaciones que se consideran incestuosas va más allá del parentesco biológico. Como dice Murdock: “casi todas las sociedades aplican el tabú del incesto a relaciones artificiales como padres adoptivos e hijos adoptivos, padrastros e hijastros, padrinos y ahijados y a personas que se convierten en hermanos y hermanas por algún tipo de vínculo de hermandad de sangre. Por todas estas razones las reglas sobre el incesto se prestan especialmente a sacar la típica conclusión de que cualquier fenómeno que es muy variable entre culturas es totalmente una construcción cultural, que la biología y la variación cultural están reñidas.
Un punto de vista muy común en las ciencias sociales es que las similitudes entre la evitación del incesto en primates no-humanos y humanos es metafórica y que no tienen significado para entender el incesto en humanos. Otro punto de vista menos drástico que el anterior es conceder que este legado primate puede encontrarse en el origen de las normas humanas sobre el incesto pero que no puede explicar la dimensión moral del incesto. De todo ello, y del efecto Westermarck, que es central en todo lo que estamos tratando, vamos a hablar en esta entrada.
Como hemos comentado, los primeros informes de evitación de incesto en primates no-humanos datan de los años 60. Y debido a estos datos Imanishi ya proponía en 1961 que “monos como los macacos rhesus y japoneses, aunque distantes de los seres humanos, muestran presagios del tabú del incesto y de la exogamia que han sido institucionalizados en la sociedad humana”. Los siguientes datos son de 1968 y Donald Sade concluye: “el origen de por lo menos el tabú del incesto madre-hijo puede haber sido una elaboración de un sistema filogenético más antiguo”, un sistema que habría sido “investido con contenido simbólico durante la hominización”. Ya en ese tiempo empezó a circular la idea de una continuidad filogenética entre el incesto primate y el humano. En 1971 Kathleen Gough escribía: “ similares de hecho, las prohibiciones rudimentarias del incesto pueden haber sido pasadas a los humanos desde sus ancestros pre-humanos y posteriormente haber sido codificadas y elaboradas por medio del lenguaje, las costumbres morales y la ley”.
El caso es que muchos autores admitían en los años 70 que las prohibiciones humanas acerca del incesto emergieron de conductas de emparejamiento codificadas biológicamente en animales. Dicho de otro modo, las normas culturales acerca del incesto reflejarían tendencias naturales. Esta idea de que conductas primates se codificaban luego simbólicamente no se limitaban al incesto sino que se aceptaban también para conductas prosociales, como el compartir, la reciprocidad y la cooperación. Primero aparecerían esas conductas en primates (la reciprocidad, por ejemplo) y luego se apreciarían sus resultados positivos y se codificarían en reglas y valores. Aunque los animales no tengan lenguaje sí tenían ya unas categoría de parentesco y la existencia de esas “categorías naturales” significa que se pueden luego etiquetar verbalmente.
Pero todos los autores no estaban (ni están todavía hoy) de acuerdo con estos puntos de vista. Para otros autores la capacidad simbólica del hombre lo desconecta de su herencia primate. Para autores como Marshall Shalins, son los humanos los que han inventado la cooperación y el parentesco desde cero y “la sociedad humana venció y superó las inclinaciones primates al egoísmo, la sexualidad indiscriminada, la dominancia y la competición”. Trabajos como los de Frans de Waal y otros primatólogos descalifican estas afirmaciones con rotundidad pero hay que culpar de esta tendencia a seguir separando al hombre del resto de la naturaleza en los años 60 y 70 del siglo pasado a Freud y al psicoanálisis cuyas afirmaciones sobre el complejo de Edipo y la universalidad de los deseos incestuosos (o sobre el miedo a la castración o la envidia del pene) se aceptaban como si fueran hecho probados.
Pero la teoría de Freud no es compatible con los datos en primates que indican que nuestros parientes primates nacen con mecanismos de familiaridad que conducen a la inhibición del incesto. La teoría de Freud se opone frontalmente a la continuidad evolucionista entre la evitación del incesto en otros primates y su evitación en humanos por medio del efecto Westermarck.
Pero negar esta continuidad entre la evitación del incesto en otros primates y en humanos tiene, entre otros, un problema bastante grave. Esta negación implicaría que, por alguna razón desconocida, nuestros ancestros homininos perdieron los sustratos biológicos de la evitación del incesto herencia de nuestro legado primate, y se convirtieron en unos primates atípicos que pasaron a tener relaciones incestuosas entre familiares cercanos. Cuesta mucho imaginar la razón para que una adaptación tan extendida dejara de ser seleccionada especialmente en la línea hominina. Pero es que, además, una vez de que los homininos se hubieron librado del efecto Westermarck y de la herencia primate van y se ponen a inventar unas prohibiciones culturales del incesto que consiguen, por otros medios, lo que el legado biológico primate ya conseguía previamente… No es imposible esta hipótesis pero no hay datos de ella y la hipótesis de la continuidad es más parsimoniosa.
Dada la importancia central del efecto Westermarck en todo lo que estamos hablando vamos a centrarnos un poco en él y luego vamos a tratar el tema de la moralidad del incesto.
El efecto Westermarck
Como decíamos, En 1891 Edward Westermarck propuso que la intimidad cercana entre personas que se crían juntos en la infancia da lugar a una “ausencia de sentimientos eróticos” entre ellos. Tenemos pruebas de la existencia de este efecto en humanos. Una de ellas es lo que ocurrió en los kibuttzim en Israel donde los hijos de todas las parejas eran criados en grupo en vez de permanecer con su padres. Los datos dicen que no se produjeron matrimonios entre los niños criados en el mismo grupo los primeros 6 años, aunque no había ninguna prohibición en este sentido ya que no estaban emparentados biológicamente. Y no sólo matrimonios sino tampoco conductas heterosexuales entre ellos.
Otra evidencia son los estudios del matrimonio sim-pua en Taiwan en donde los futuros esposos se criaban juntos desde niños. Las mujeres de estos matrimonios tuvieron una fertilidad un 40% menor así como tres veces más divorcio y mayor número de relaciones extramatrimoniales. Wolf concluye que “hay una clara ausencia de sentimientos eróticos entre los persona que viven y juegan juntos antes de los 10 años. Esta ausencia es especialmente marcada entre parejas que se criaron juntas desde antes de los tres años y para cada pareja depende de la edad del miembro más joven cuando se conocieron". Estos estudios confirman también que el efecto de la co-residencia es independiente del parentesco genético.
Pero no todos los antropólogos están de acuerdo y vamos a ver sus críticas. Las relaciones incestuosas ocurren en nuestras sociedades así que, deducen ellos, si el efecto Westermarck funcionara en humanos esto no ocurriría. Meyer Fortes expresa muy bien esta crítica en el siguiente párrafo: “el hecho de que el incesto ocurre en nuestro sistema familiar a pesar de las normas religiosas, el clima general contrario de las normas sociales y de la consideración del incesto como delito debe ser tomado como confirmación de la validez en principio de la teoría freudiana de sus orígenes y naturaleza”. Este razonamiento traduce una concepción determinista de la influencia de la biología en la conducta, una concepción que sostiene que los factores biológicos no deberían producir variaciones conductuales. Esto es erróneo por dos razones.
En primer lugar, el efecto Westermarck trata de la influencia de una variable cuantitativa, la familiaridad durante la infancia, sobre la inhibición sexual, no es un fenómeno de todo o nada. Según él uno puede esperar diferentes niveles de inhibición dependiendo de los niveles de familiaridad y contacto durante la infancia. Por ejemplo, hermanos que no han tenido contacto durante la infancia tendrían menos inhibición sexual que los que sí la han tenido. Factores que disminuyen la familiaridad y el contacto en la infancia podrían ser: 1) gran diferencia de edad entre los hermanos 2) un periodo my corto de co-residencia, por ejemplo por separación en la infancia o 3) poco contacto físico en la infancia. Con respecto a este último factor situaciones en las que los hermanos tengan mucho contacto físico (jugar, tocarse, bañarse juntos, dormir juntos, etc.) deberían dar lugar a indiferencia sexual mientras que situaciones de poco contacto evitarían el efecto Westermarck. Por lo tanto, excepciones a la regla del incesto no niegan necesariamente la existencia del efecto Westermarck sino que simplemente indican que no ha podido operar de forma efectiva en cierta circunstancias.
En este sentido es muy interesante un estudio de Mark Ericsson de 2004 entre familiares que se habían criado juntos y familiares que se habían separado. Fue llamativo que familiares separados cuando se volvieron a reunir se quedaron fascinados por su parecido físico y mental y sintieron una fuerte atracción sexual entre ellos a pesar de conocer el tabú del incesto. Algunos se casaron. Se le ha llamado atracción sexual genética. Como decíamos en la entrada anterior, la clave podía estar en el apego. Tal vez el vínculo del apego da lugar a cambios hormonales y de otro tipo que inhiben la atracción sexual y si no se ha desarrollado ese vínculo por alejamiento entonces sí aparecería la atracción sexual.
En segundo lugar, una concepción determinista del efecto Westermarck es errónea porque la familiaridad durante la infancia es sólo uno de los factores que afecta a la atracción sexual y la probabilidad de uniones matrimoniales. Ciertamente es posible vencer el efecto Westermarck por muchas razones, por ejemplo para preservar la propiedad y los privilegios dentro de la familia. Existen casos de institucionalización del incesto en Hawai, Persia, los incas y en la familia real en el Egipto antiguo. Pero el razonamiento subyacente no es que el efecto Westermarck debe producir siempre evitación del incesto sino que el efecto Westermarck es una fuerza que operará siempre que haya familiaridad durante la infancia. Por un lado, estos ejemplos de incesto institucional suelen ser pasajeros o limitados. Hay una excepción que es la generalización del matrimonio entre hermanos en el Egipto romano, pero hay estudios que dicen que las consecuencias de estas uniones fueron similares a las del matrimonio entre menores que hemos comentado en Taiwan. Es decir, la cuestión fundamental no es si podemos hacer uniones y matrimonio entre humanos que se han criado juntos sino si estas uniones son inmunes al efecto Westermarck. Y parece que no lo son.
Podemos resumir lo que estamos tratando en esta entrada diciendo que el efecto Westermarck es un componente necesario de las prohibiciones humanas del incesto pero no un componente suficiente. Es un factor que debe ser tenido en cuenta en la ecuación de la atracción sexual junto con otros.
El Problema Moral
Que el efecto Werstermarck caracteriza tanto a primates humanos como no-humanos es un argumento importante a favor de la hipótesis de la continuidad filogenética. Vamos a admitir que el efecto Westermarck es una explicación razonable de la evitación de relaciones sexuales entre familiares. Aún así, nos queda el problema de cómo explicar que la gente condene a otras personas que tengan relaciones con sus familiares. El efecto Westermarck es un efecto diádico, es decir, trata de lo que un individuo siente hacia otro individuo pero no trata de lo que uno juzga que terceras partes deben hacer o no. Por lo tanto, afirmar que el tabú del incesto evolucionó a partir de patrones de conducta previos en primates no-humanos es afirmar que la dimensión moral del incesto no es más que una consecuencia de la fusión del legado primate con la capacidad simbólica humana. La moralidad estaría enraizada en nuestra biología (cosa que Frans de Waal y otros defienden con buenos argumentos).
El propio Westermarck fue de los primeros en proponer que los hábitos sociales dan lugar a reglas de conducta como vemos en el cita de cabecera. Aunque escribió en una época en la que no disponíamos de los datos que Frans de Waal y otros nos han proporcionado, su argumento es bastante pertinentes y tiene tres pasos: 1) la ausencia de sentimientos eróticos entre familiares criados juntos produciría 2) una aversión hacia el pensamiento del acto sexual con un familiar y como resultado…3) la aversión a estas relaciones sexuales se plasmaría en forma de prohibición y de ley.
La crítica clásica a esta hipótesis de Westermarck es que una aversión natural al incesto no necesitaría ser reforzada por una norma contra el incesto. Por lo tanto, la propia existencia de una norma cultural contra el incesto demuestra que, de hecho, hay una tendencia natural a cometer incesto. El propio Westermarck rebatió este argumento: “esta crítica implica una curiosa idea equivocada acerca del origen de las prohibiciones legales. Otras leyes igual de duras contra otras ofensas sexuales como el bestialismo o la homosexualidad, ¿serían también evidencia de una fuerte inclinación general a cometer estas ofensas? ¿O sería la severidad con la que el parricidio es castigado en las leyes una prueba de que las personas tiene una fuerte inclinación a matar a sus familiares? Westermarck razona que conductas que son naturalmente evitadas, como relaciones sexuales con familiares, sexo con otras especies, o matar a un padre o a un hijo darían lugar a reglas prohibitivas contra el incesto, la bestialidad o el parricidio.
Si analizamos un poco este posible proceso de moralización del incesto un primer paso sería una aversión a una relación sexual con un familiar. Un segundo paso sería poder identificar las relaciones de parentesco y parece que algunos primates son capaces de hacerlo aunque no les pongan nombres. En tercer lugar, el sujeto debería ser capaz de relacionar lo que hacen otros consigo mismo, es decir, que debería ser capaz de algo como: “la relación de X con Y es igual a la que yo tengo con mi hermana”. Esto ya implica un grado de autoconciencia y también de empatía en el sentido de que el sujeto sea capaz de experimentar también sentimientos de aversión cuando otros hacen lo que él tiene aversión a hacer. Además, la capacidad simbólica permitiría a los individuos hablar entre ellos y ponerse de acuerdo en proscribir el incesto.
Chapais no pretende haber demostrado con estos argumentos que las reglas morales pueden surgir de hábitos de conducta pero su punto principal es que para ir desde el efecto Westermarck a un estado de condena moral del incesto hay que integrar un cierto número de proceso cognitivos importantes y que, salvo que se demuestre que en esa integración hay algún salto que no podemos explicar, el contenido moral de las normas del incesto no es una buena razón para rechazar la derivación del tabú del incesto a partir de patrones conductuales de evitación.
El mismo razonamiento lo podríamos aplicar a normas positivas de cooperación y de interacciones altruistas entre familiares como el cuidado de una madre a su hijo. El cuidado de una madre a su hijo es algo natural que ocurre en todos los primates y otros mamíferos. Aplicando el razonamiento de Westermarck uno esperaría que estos hábitos de cuidado materno hubieran dado lugar a normas de conducta en este sentido sean consensuadas o legales. Y efectivamente este parece ser el caso. Pocas cosas hay que produzcan tanto rechazo moral como el maltrato de una madre a su hijo.
Resumiendo, la intención de estas dos entradas ha sido defender la postura de que el tabú del incesto humano tiene como precursor la evitación del incesto en primates no-humanos y que las normas culturales del incesto se construyen con ladrillos proporcionados previamente por la evolución biológica. En el camino hemos visto que muchas cosas que decía Freud no encajan con los datos que tenemos sobre la evolución de los primates.
@pitiklinov
Referencia:
3 comentarios:
"hay que culpar de esta tendencia a seguir separando al hombre del resto de la naturaleza en los años 60 y 70 del siglo pasado a Freud y al psicoanálisis cuyas afirmaciones sobre el complejo de Edipo y la universalidad de los deseos incestuosos (o sobre el miedo a la castración o la envidia del pene) se aceptaban como si fueran hecho probados."
¿Pero "hay que culpar de esta tendencia a seguir separando al hombre del resto de la naturaleza en los años 60 y 70 del siglo pasado a Freud y al psicoanálisis" por ser un caso de esa tendencia o por provocar esa tendencia como una reacción contraria a su pretensión de vincular la moral a pulsiones "naturales" y universales?. Fue una época en la que, mientras algunos, a destiempo, se decían marxistas y freudianos, otros se entretenían con las críticas de Foucault al marxismo y al psicoanálisis.
Porque el psicoanálisis no se distingue de tu propuesta a la hora de aceptar que "las normas culturales (...) se construyen con ladrillos proporcionados previamente por la evolución biológica". La diferencia es que su teoría asume que los ladrillos proporcionados por la evolución biológica son otros. A veces se nos olvida que, por peregrinas y especulativas que fuesen las ideas de Freud, él era un fisiólogo y siempre entendíó la psicología como expresión de las funciones del cuerpo animal.
La moral como traducción simbólica de tendencias naturales y la moral como artificio simbólico que permite la complejidad social mediante el control de tendencias naturales. Son dos hipótesis que parten de concepciones opuestas de la naturaleza humana. Por eso una ofrece una solución de continuidad y la otra de oposición, pero coinciden en entender la moral y sus formas concretas como respuestas adaptativas de la cultura a los imperativos de nuestra naturaleza. Y también coinciden en aderezar la explicación con prescripciones de conservar o corregir nuestra moral si queremos ...
a) Vivir en sociedad sin que la neurosis nos deje catatónicos (Freud).
b) Librarnos de las contracturas musculares (Reich).
c) Dejar de jugar a las damas con las piezas del ajedrez (Pinker).
d) Lo que te preocupe.
Son oportunas tus precisiones. Freud se equivocó pero siempre intentó encajar su teoría dentro de la teoría de la evolución. El problema fue también que otros aceptaran sus hipótesis como hechos de forma tan alegre. De todos modos Freud fue fisiólogo hasta que dejó de serlo...
Publicar un comentario