El hombre de Neandertal. En busca de genomas perdidos es el libro en el que Svante Pääbo cuenta la historia de su obsesión por recuperar el ADN de los neandertales a partir de sus huesos y de su éxito en esa empresa que se completa además con el descubrimiento de otra especie humana, los denisovanos, contando tan sólo con una falange del hueso meñique de un individuo, del tamaño aproximado de una cuarta parte de un terrón de azúcar. No es extraño que el nombre de Pääbo haya sonado ya para candidato al premio Nobel porque realmente lo que ha conseguido parece ciencia-ficción.
Las dificultades para recuperar el ADN neandertal a partir de huesos son formidables. Relato algunas para dar una idea de la dificultad de la empresa. Nuestro ADN sufre daños continuos mientras estamos vivos, el más común es que de forma espontánea se pierde un grupo amino del nucleótido Citosina (C) lo cual lo convierte en Uracilo (U). Hay enzimas que suprimen estos U y los sustituyen por el nucleótido C correcto. Se ha calculado que se transforman en U cada día unos diez mil C por célula, que luego son sustituidos. Pero estos sistemas de reparación dejan de funcionar cuando nos morimos. Además, tras la muerte, la separación en compartimentos de las células desaparece y algunos de esos compartimentos contienen enzimas que son capaces de cortar el ADN y van degradando el ADN. En unas horas las cadenas de ADN de nuestro cuerpo se cortan en trozos cada vez más pequeños. Al mismo tiempo, las bacterias que viven en nuestros intestinos y pulmones empiezan a crecer de forma incontrolada y disuelven también la información genética de nuestro ADN. Otro problema es que el flujo continuo de radiación medioambiental que choca contra la Tierra desde el espacio crea moléculas reactivas que rompen el ADN.
En el lado positivo contamos con que cada una de los billones de células de nuestro cuerpo contiene el conjunto completo de nuestro ADN por lo que basta con que algunas células de algún rincón remoto de nuestro cuerpo escape a la descomposición completa para que sobreviva un vestigio de nuestro ADN. También ocurre que los procesos enzimáticos que degradan el ADN necesitan agua para funcionar. Si alguna parte de nuestro cuerpo se deseca antes de la degradación del ADN estos procesos se detienen y hay más probabilidades de recuperar ADN. También podemos luego, con técnicas como la PCR (reacción en cadena de la polimerasa), multiplicar el poco ADN conseguido: en cuarenta ciclos se puede conseguir un billón de copias. Esta desecación puede ocurrir de forma accidental, debido al entorno en el que se encuentra el cuerpo, o de forma deliberada como en el proceso de momificación en el antiguo Egipto.
Pero el problema más grave con el que ha lidiado Pääbo en toda su carrera es el de la contaminación del ADN ancestral por ADN, humano o de otro tipo, moderno. Las partículas de polvo de las habitaciones en las que vivimos los humanos son en gran medida fragmentos de piel humana, que contienen células llenas de ADN. Los huesos con los que trabaja su equipo han sido tocados y hasta chupados por los paleoantropólogos y los conservadores de museos a lo largo de décadas. Y si en la técnica de PCR entran aunque sea pequeños fragmentos de ADN moderno todos los resultados se van al garete. Por ejemplo, Pääbo encontró ADN humano en casi todos los huesos de animales que analizó con la PCR (Pääbo ha publicado también resultados de ADN de mamuts siberianos, perezosos, lobos marsupiales y otros animales extintos). Así que se dio cuenta enseguida que tenía que crear unas habitaciones limpias, lavadas con lejía, irradiadas todas las noches con luz ultravioleta para destruir el ADN del polvo y requiriendo a los investigadores todo tipo de protecciones antes de entrar a trabajar en ellas.
Pääbo empezó prácticamente de cero, porque no parecía que nadie hubiera intentado aislar ADN ancestral y para ello en el verano de 1981 compró un trozo de hígado en el supermercado y lo momificó aislándolo en un horno del laboratorio calentado a 50º para ver si podía recuperar ADN. El caso es que superando estas y otras dificultades en 1996 ya encontró ADN mitocondria neandertal.
Hay que decir que Pääbo, tras varias vicisitudes en su carrera científica, ha contado con el apoyo de la Max Plank Society que ha sido muy generosa en medios, recursos y en financiación económica para que pudiera realizar sus proyectos. La Max Plank tenía un programa para promover la investigación a nivel mundial en la antigua Alemania oriental, que se acababa de fusionar con la Alemania occidental unos años antes. Un principio de gestión era encontrar nuevos institutos de investigación que se centraran en temas en los que Alemania era científicamente débil. Un área de especial debilidad era la antropología, y por una muy buena razón; como resultado de todo lo que ocurrió bajo el dominio nazi, la antropología había pedido su prestigio en Alemania y no atraía ni fondos ni investigadores innovadores. Así que la Max Plank se propuso resucitar este campo y fichó no sólo a la estrella emergente Svante Pääbo sino a algunas de las primeras figuras de este campo como el psicólogo americano Mike Tomasello que trabaja tanto con humanos como con simios, el primatólogo Christopher Boesch o el lingüista comparativo Bernard Comrie. El lugar que la Max Plank eligió para este instituto fue Leipzig.
El libro es algo árido de leer en algunos pasaje debido a la descripción de procedimientos y datos técnicos y científicos algo complejos. Pero para facilitar la lectura tenemos también cotilleos de su vida personal que no sé yo hasta qué punto tienen sentido en un libro científico pero que en cualquier caso ahí están. Nos cuenta Pääbo, por ejemplo, su bisexualidad, que siempre le han atraído tanto los hombres como las mujeres y que fue activista del movimiento por los derechos de los gais en Suecia. También nos cuenta cómo le robó la mujer a su colaborador Mark Stoneking. Mark era una de las principales personas tras la teoría de la “Eva mitocondrial” y había trabajado con Linda Vigilant, una estudiante de grado entonces que trabajaba con la PCR para secuenciar genoma mitocondrial de gente de Asia, Europa y África. A Pääbo le había llamado al atención el aspecto juvenil de Linda, que iba cada día en moto al laboratorio y que era muy inteligente. Pero en aquel momento Pääbo estaba emocionalmente ligado a un novio y comprometido con un grupo de apoyo al sida y el caso es que Mark y Linda se comprometieron, se casaron y tuvieron dos hijos.
En 1996 Mark, Linda y sus hijos fueron a Munich donde trabajaba entonces Pääbo para pasar un año sabático y Pääbo y Linda empezaron a dar paseos juntos, ir al cine y acabaron relacionados emocional y sexualmente, con lo que Pääbo vivió durante un tiempo una situación de secreteo y doble juego hasta que decidieron que había que decírselo a Mark. La cosa salió bien porque Mark fue capaz de separar la vida profesional de la personal. De hecho aceptó ir a trabajar a Leipzig con Pääbo y luego encontró un nuevo amor. Linda y Pääbo tuvieron luego un hijo y Linda trabajó en Leipzig con Tomasello.
Y para cerrar este capítulo de cotilleo cuenta Pääbo que es hijo extramarital de Sune Bergtröm, un conocido bioquímico que compartió el premio Nobel en 1982 por el descubrimiento de las prostaglandinas y que llevó también una doble vida como la que Pääbo llevó durante un tiempo. Así que si alguna vez le dan el premio Nobel engrosará la lista de familias en las que ha habido más de un premio Nobel (como los hermanos Tinbergen o la familia Curie).
Lo que vas a encontrar en el resto del libro es la descripción de los logros más importantes del equipo de Pääbo, la secuenciación del ADN nuclear neandertal, el descubrimiento de que los neandertales y humanos se cruzaron y que los europeos y asiáticos tenemos entre un 1-4% de ADN de origen mitocondria y el descubrimiento de los denisovanos algo que se basa en los datos de ADN exclusivamente y que habría sido absolutamente imposible de descubrir sólo con la paleoantropología. Vemos en él a un hombre competitivo, bastante egoísta y narcisista que perseguía el Santo Grial de aclarar la evolución humana, buscar lo que nos hace humanos, y que ha conseguido cosas que hace unas décadas eran impensables. Veremos si al final del camino el Nobel le espera.
@pitiklinov
1 comentario:
Por qué uno quiere creer que los científicos son "buenos"? Este parece que pasa límites. Qué interesante trabajo y buena nota.
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