Esta entrada es un resumen de un artículo reciente de Tania Reynolds y cols. en el que realizan un análisis evolucionista del duelo de los padres ante la muerte de un hijo. Su punto de partida es que, por las estimaciones que tenemos, la mortalidad infantil ha sido muy alta a lo largo de la historia humana y esto indica que los padres ancestrales deberían haber evolucionado capacidades para recuperarse del trauma emocional que supone la muerte de un hijo y continuar con sus objetivos en la vida. Sin embargo, perder un hijo es una de las experiencias emocionales más dolorosas que un ser humano puede sufrir y conlleva un deterioro funcional grave. Esta ubicuidad del duelo parental muy intenso supone por tanto una paradoja o un rompecabezas desde el punto de vista evolucionista. ¿Por qué no hemos evolucionado defensas para que el fallecimiento de un hijo no sea algo tan devastador? ¿Por qué una respuesta conductual tan devastadora ante la muerte de un hijo se mantiene en la población? Los autores revisan las teorías evolucionistas existentes sobre el duelo en general y sobre el duelo por los hijos en particular e intentan dar una respuesta a la paradoja.
Un primer paso es asegurarnos de que la mortalidad infantil ha sido muy alta en el pasado. Los autores citan bibliografía que estima que la tasa de mortalidad infantil media ha sido de un 25% para bebés y de un 40-50% en niños a lo largo de la evolución humana. Es decir, cerca de la mitad de nuestros potenciales ancestros no llegaron a la edad reproductiva y no pudieron llegar a ser efectivamente nuestros ancestros. En cazadores-recolectores modernos se ha encontrado que entre el 36 y el 43% de los niños fallecen antes de llegar a los 15 años. No vamos a abundar en ello pero parece que sí, que la mortalidad infantil ha sido muy alta y perder algún hijo ha sido una experiencia común. La selección natural podría haber favorecido mecanismos psicológicos en los padres que minimizaran la probabilidad de que murieran pero también de responder de una forma menos intensa y disfuncional cuando murieran.
Establecido lo anterior, los autores pasan a explicar someramente algunos presupuestos teóricos de la teoría evolucionista relevantes para este problema, como la inclusive fitness o la teoría del conflicto padres-hijos de Trivers. Como sabemos, un enfoque evolucionista se ocupa de investigar las causas últimas. Desde una perspectiva proximal, los padres cuidan de sus hijos porque sienten un profundo amor por ellos pero la perspectiva evolucionista (perspectiva distal o última) propone que los padres cuidan de sus hijos porque portan copias de sus genes. Así que uno podría preguntarse si, a lo largo de la evolución humana, los padres que hicieron duelo por sus hijos han pasado más sus genes a la siguiente generación que los padres que no hicieron duelo. Invertir en los hijos tiene más beneficios genéticos que invertir en los padres y eso podría explicar que el dolor por la muerte de un hijo suele ser mayor que por la muerte de un padre.
Por otro lado, los sexos difieren en su interés genético en los hijos. Como la gestación ocurre dentro del cuerpo de las madres, éstas tienen certeza de que sus hijos son genéticamente sus hijos genéticos. Los hombres no tienen esa certeza de paternidad y su interés en ellos va a depender más de la seguridad o no de que sean los padres. Además, el periodo reproductivo está más limitado en la mujer por la existencia de la menopausia. A partir de cierta edad, una madre que pierda a sus hijos va a tener muchas dificultades para tener más hijos y, por lo tanto, para pasar sus genes a la siguiente generación. Los hombres podrían buscar otra compañera sexual y tener más hijos. Todas estas diferencias sugieren que el coste para su inclusive fitness sería mayor para las madres que para los padres. Si el duelo parental es proporcional a la inclusive fitness, como algunos teóricos han propuesto, entonces deberíamos esperar que el duelo fuera más intenso en las madres que en los padres y parece que, efectivamente, esto es lo que se encuentra.
Los padres que sufran un duelo muy intenso no van a poder dedicar su trabajo y su esfuerzo a otros objetivos como son cuidar y mantener a sus otros hijos o dedicarse a tener más hijos. Un padre que dedique recursos a un funeral costoso o que se aísle por la depresión propia del duelo puede comprometer la supervivencia de sus otros hijos. Pero, como decíamos antes, los datos sugieren que el duelo por un hijo es más grave que el duelo por los padres, por los esposos o por cualquier otra persona. Este coste tan elevado es precisamente el rompecabezas del que hemos partido y la respuesta al mismo podría ser que el duelo tiene ventajas que compensan los enormes costes que estamos comentando. Si no fuera así, y el duelo no tuviera ventajas, la selección natural habría cribado y eliminado esa respuesta de nuestro repertorio conductual. En igualdad de condiciones, los padres que se recuperaran pronto de la muerte de un hijo habrían tenido ventaja sobre los padres que sufrieran un duelo grave y prolongado porque habrían competido mejor por recursos, compañeros sociales, parejas, etc., que los que dedicaron sus recursos a la pena y al dolor.
Otra teoría evolucionista relevante para el tema que nos ocupa es la Teoría de la historia vital (Life history theory) que es una teoría biológica que dice que, como los recursos son limitados, el esfuerzo que un organismo dedica por ejemplo a crecer o a construir un cuerpo grande no se dedica a buscar parejas o a cuidar la prole. De la misma manera, el esfuerzo que se dedica a buscar parejas no se puede dedicar a cuidar la prole existente, etc. La selección natural actúa sobre estos parámetros y esto hace que unas especies vivan pocos años y tengan muchos hijos mientras que otras tengan menos hijos pero vivan más años. Los ambientes duros e inciertos propiciarían los que se llama una estrategia vital rápida: reproducirse pronto y tener muchos hijos mientras que ambientes más seguros propician estrategia vitales lentas: infancias más largas, inicio de reproducción más tardío y menos hijos por parto. Los ratones pueden ser un ejemplo de estrategia vital rápida y los elefantes un ejemplo de estrategia vital lenta.
Pero esta teoría biológica se ha aplicado también a la psicología en un salto que ahora mismo se está revisando y poniendo en duda. Esta versión sostiene que en ambientes seguros los padres tienen menos hijos e invierten más a fondo en cada uno. Tener menos hijos se compensa con una mayor inversión en cada uno, y una mayor probabilidad de que sobrevivan que tener muchos pero no ocuparse de ellos. Pero esta mayor inversión en cada uno podría aumentar el coste de perder un hijo. Según esto, el duelo debería ser más grave en sociedades o en padres con una estrategia vital lenta (como nuestras culturas occidentales actuales). Hay datos de que en ambientes caracterizados por altos niveles de mortalidad infantil, como por ejemplo entre los indios Mehinaku o los Alto de Timbaúba, en Brasil, los padres muestran un nivel de dolor relativamente bajo tras la muerte de un hijo. Parece también que el dolor del duelo es mayor en padres que no tienen ningún otro hijo o tienen menos hijos que en los que tienen muchos hijos. También parece que los padres más mayores tienen duelos más profundos.
Vamos a ver ahora las diferentes teorías evolucionistas con las que contamos para explicar el duelo y ver qué nos aportan a la comprensión del duelo por los hijos (voy a hacer un resumen muy breve, en el texto tenéis un análisis muy denso con datos a favor y en contra de cada una e incluso una detallada tabla que os pongo al final)
1- Teoría del duelo como sub-producto.
El término sub-producto se utiliza en evolución para referirse a algo que no es una adaptación, es decir, algo que no es producto de la selección natural directamente. Un ojo es una adaptación, algo que es producto de la selección natural porque tiene ventajas para la supervivencia y reproducción, mientras que el color blanco de los huesos es un sub-producto de que los huesos tengan calcio. Lo que es una adaptación y ha sido seleccionado es que los huesos tengan calcio porque ofrece la resistencia y consistencia que un hueso necesita, pero el color blanco es algo sobrevenido. Desde esta teoría, el duelo no es algo seleccionado directamente, sino consecuencia de otras capacidades psicológicas humanas. Y aquello que sí ha sido seleccionado y es una adaptación sería el Apego. El duelo acompañaría al Apego como el color blanco acompaña al calcio.
Como los hijos ofrecen a los padres un medio para transmitir copias de sus genes, los padres desarrollan un fuerte apego y hacen una gran inversión en los hijos. El amor que los padres sienten por los hijos es el mecanismo proximal. En base a esto, Archer propuso que la respuesta de duelo es una consecuencia inevitable, un sub-producto, del sistema humano del Apego. Según Archer, el malestar y dolor individual que se experimenta ante la ausencia de un ser querido es funcional porque da lugar a conductas de búsqueda, de localizar al ser querido, de preservar la relación. Si se produce una separación, el individuo que la sufre podría buscar al ausente, ayudarle o reparar el problema por el que se fue y restablecer la relación. El duelo, según este planteamiento sería un mal funcionamiento de esta respuesta de separación. Cuando un ser querido fallece, la persona se pondría a buscarlo pero en vano. Si el coste de no buscar a un ser querido valioso cuando desparece -y estaba vivo- fuera mayor que el coste de buscar a un ser querido que ha muerto, esta respuesta de búsqueda pude ser mantenida por la selección natural. La selección natural siempre favorece el error que tiene el menor coste (Error management Theory). Aplicada esta teoría a la relación padres hijos, el duelo es un sub-producto del fuerte apego entre padres e hijos.
Hay muchos datos a favor de esta teoría, como que las conductas de búsqueda y el anhelo de un reencuentro son síntomas clave del duelo. También, que la intensidad del dolor es proporcional a la intensidad del vínculo de la relación o que las madres hacen duelos más intensos. Algunos otros datos, como que encontrar el cuerpo del niño fallecido no disminuye el dolor no lo apoyarían. No voy a entrar en ese análisis pero esta teoría no invalida el planteamiento de que la selección natural podría haber disminuido la gravedad del duelo. Tal vez podría haber separado la respuesta adaptada ante la separación de un ser querido que puede estar vivo de un ser querido muerto.
2- Teoría de la Negociación del duelo
Edward Hagen tiene una teoría de la depresión (él la propuso refiriéndose especialmente a la depresión post-parto) que puede adaptarse para explicar el duelo, es la llamada Teoría de la Negociación. La idea central sería que la depresión funciona como una especie de huelga laboral, para entendernos. Es decir, el individuo reacciona con apatía, aislamiento y abandono de sus funciones cono forma de negociar un nuevo contrato en la relación. Al reducir su productividad, la persona deprimida inflige un coste a las personas de su entorno y esto serviría como una estrategia de negociación para que esas personas (esposo, padres, etc.) se impliquen más o hagan una mayor inversión.
El duelo es causa de depresión y se manifiesta con una sintomatología depresiva y, por tanto, podría ser entendido desde esta perspectiva. Por medio del duelo el individuo estaría señalando su necesidad de apoyo social a su medio. De nuevo, es verdad que las personas que están sufriendo un duelo reciben más apoyo y cuidados de su entorno pero, por otro lado, hay datos de que se sufre más cuanto más supone el fallecido una carga para nosotros (como los hijos) que por personas que nos aportan mas recursos como los padres o los esposos. Pero no voy a entrar en más detalles.
3- Teoría del duelo como prevención
Randolph Nesse ha planteado que el duelo puede ser una adaptación (producto directo de la selección natural, no un sub-producto) argumentando que el dolor del duelo puede servir como un mecanismo de aprendizaje para prevenir circunstancias que pudieran llevar al fallecimiento de un ser querido. Igual que el dolor físico nos previene de futuros daños, el dolor psicológico reduciría la probabilidad de futuras pérdidas. Si yo sufro quemaduras solares, aprenderé a buscar la sombra y evitar exponerme al sol en el futuro. De la misma manera, si los padres permitieron que el hijo se alejara sólo y sufrió un accidente, aprenderían a vigilar mejor a sus otros hijos para que la desgracia no se repita.
Y es verdad que la culpa es un síntoma común, prácticamente universal, del duelo y la persona le da vueltas a las cosas que podría haber hecho para que no hubiera fallecido el difunto. También parece que el duelo es más intenso cuando un hijo fallece de forma violenta o por accidente que cuando fallece de forma natural. Pero, como hemos dicho, el que el duelo sea mayor cuando no hay otros hijos no apoyaría esta hipótesis. Tampoco es claro desde esta perspectiva por qué el duelo dura tanto…para hacer una reflexión o valoración de las cosas que se podrían haber hecho de otra manera no es necesario tanto tiempo (aunque un dolor más grande es más motivador). Aquellos que sacaran las consecuencias enseguida y hubieran aprendido la lección rápidamente habrían desplazado a los que se prolongaron en el duelo.
4- Teoría del duelo como Señal Social
Esta teoría propone que el duelo señala a los compañeros sociales la capacidad de la persona para desarrollar vínculos y compromisos a largo plazo. Es decir, por medio del duelo estaríamos señalando a nuestros entorno lo buena persona que somos, lo mucho que nos comprometemos, y esto haría que nos consideraran un compañero valioso con el que implicarse en relaciones/alianzas o incluso una pareja atractiva en el futuro. Los humanos ancestrales que consiguieron formar alianzas cooperativas con los demás tuvieron evidentemente ventajas frente a los que no formaron esas alianzas.
Esta teoría sí nos ayuda a entender la paradoja de la que partimos porque, según ella, el duelo es largo y costoso precisamente porque sirve para señalar nuestro compromiso con la persona fallecida y nuestra calidad como persona. Un duelo corto lo podría fingir cualquiera pero un duelo largo es difícil de fingir, sería lo que se llama en biología una señal costosa. De hecho, muchas personas que están pasando un duelo sienten que si no mostraran dolor, eso demostraría que no amaban a la persona fallecida o que no tienen corazón. También hay estudios que confirman que las personas sí relacionan la intensidad y duración del dolor del duelo de alguien con la capacidad para fiarnos de ella. Y tiene su lógica, porque si una persona a la que se le ha muerto un ser querido estuviera indiferente, o feliz y contenta, no nos parecería muy digna de confianza.
Vistas las cuatro teorías del duelo, ¿qué conclusiones podemos sacar? Todas tienen evidencia a su favor, si bien la teoría de la negociación parece la más floja para el caso concreto del duelo por los hijos. Una primera conclusión es que las cuatro teorías no tienen por qué ser excluyentes y que el duelo puede cumplir diferentes funciones. Lo mismo que la boca tiene muchas funciones que han ido surgiendo a lo largo del tiempo (comer, respirar, hablar, besar…) Si adoptamos una perspectiva filogenética, es posible que el duelo se originara en principio como un fenómeno relativamente corto relacionado principalmente con el apego y con la ansiedad de separación y la búsqueda de una persona querida. Si la muerte era accidental y se podría haber evitado, tiene sentido un periodo de culpa, autoevaluación y rumiaciones para prevenir futuras muertes. Asimismo, si el fallecido era una fuente de apoyo y recursos, el duelo podría señalar nuestra necesidad de apoyo y de recursos compensatorios. Por último, en la medida en que somos criaturas sociales y todo lo que hacemos es leído por los demás, es razonable asumir que el duelo puede funcionar como señal honesta de la capacidad de compromiso de una persona y puede haber servido para conseguir beneficios a nivel social.
Bueno, no sé si hemos podido responder a la paradoja que nos planteábamos al principio, pero con estas hipótesis tal vez sí tenemos por lo menos un principio de explicación. Pero faltaría mencionar un asunto con el que los autores cierran el artículo. Plantean que se ha estudiado muy poco cuál es el mecanismo por el que el duelo se mantiene o disminuye en el tiempo hasta llegar a desaparecer y hacen un planteamiento muy interesante. Algunos autores han planteado que existiría un sistema mental que nos ayudaría a romper vínculos con una pareja (porque es maltratadora, porque tiene poco valor, porque es infiel o por lo que sea: todos los vínculos o relaciones no son beneficiosos). Pues bien, Reynolds y cols. plantean que, lo mismo que existe un sistema de apego para formar vínculos y relaciones que son muy importantes para nosotros, existiría también un sistema de disolución de apegos y vínculos no sólo con parejas sino también con hijos u otras personas. Por ejemplo, muchos de los síntomas que ocurren tras un divorcio son muy parecidos a los de un duelo (de hecho, tras un divorcio se puede decir que ocurre un proceso traumático de duelo o de adaptación a una pérdida).
En definitiva, lo que plantean es que la arquitectura neural que subyace a la disolución de un vínculo de pareja es la que subyace también a la recuperación tras la pérdida de un hijo. Me parece lógico aunque yo lo plantearía más bien al revés: el mecanismo que subyace a la pérdida de una pareja es el mismo que subyace a la pérdida de un hijo. Filogenéticamente, el primer amor, el primer vínculo, es el materno filial y el amor romántico sería un “tuneado” o adaptación que hace la selección natural del vínculo materno-filial. Es decir, la selección natural aprovecha los mecanismos existentes previos del vínculo materno-filial (oxitocina, vasopresina, sistema opioide, sistema de recompensa, etc.) para forjar el amor romántico. Hay estudios que confirman que la base neurobiológica, por ejemplo en neuroimagen, del amor maternal y el romántico se solapan. La implicación de la dopamina y el sistema de recompensa tiene que ver con la naturaleza obsesiva y adictiva del amor.
Así que los humanos -y los mamíferos en general en mayor o menor medida- somos las criaturas del vínculo, las criaturas del abrazo. El duelo es el precio a pagar por el amor, por el abrazo. Y el primer abrazo es el de una madre a su hijo. No es extraño que esa pérdida sea la más dura.
@pitiklinov
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2 comentarios:
Cualquier fenómeno debe encajar perfectamente bajo el punto de vista evolucionista. Lo encajamos si hace falta a martillazos.
Interesante aticulo, en donde quedaria la cultura como "segundo mecanismo evolutivo" en esta teoría de la función del duelo y el apego?
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