jueves, septiembre 01, 2022

El último hombre vivo

El hombre del hoyo


En la literatura y en la representación teatral o cinematográfica, artes dramáticos y narrativos por excelencia, se ha mostrado en más de una ocasión algo que somos capaces de imaginar, pero que raramente hemos vivido. Con ello hemos podido tener una experiencia vicaria inquietante: la de la más absoluta soledad, la del vacío de humanidad a nuestro alrededor. 

Sin duda un ser humano solo termina por no ser humano. Hemos evolucionado biológicamente para conectar con miembros de nuestra especie para trabajar en equipo por la supervivencia, y por eso mismo también hemos evolucionado tecnológica y culturalmente. 


Imagina por un momento que eres el último ser humano sobre la faz de la tierra. ¿Cuánto tiempo crees que durarías? Y, sobre todo ¿Cómo crees que te sentirías y desenvolverías?

La respuesta no es obvia porque es difícil imaginar un escenario tan radicalmente contrario a nuestra naturaleza social. Cualquier cosa que imaginemos y nos parezca plausible será siempre una proyección de experiencias pasadas de una muy relativa soledad física. 

Pero ha habido personas que han estado literalmente -que no literariamente- solas, por diversas circunstancias. El aislamiento más icónico es el de un náufrago en una isla, pero no consta ningún Robinson Crusoe real que escribiera sus memorias. 

Un caso real del que si quedó testimonio sería el del soldado japonés Shoichi Yokoi que, tras la Segunda Guerra Mundial , precisamente en una isla, del pacífico, Guam, estuvo escondido en la selva virgen. Vivió primero acompañado de unos compañeros de armas y, tras la muerte de estos, estuvo por completo solo. Japón había perdido la guerra, pero él seguía escondido "dando guerra". Y así pasó casi 30 años. En 1972 unos cazadores le encontraron y volvió a Japón, donde el mundo que él había conocido estaba muy cambiado. 

Shoichi Yokoi

Pero ciertamente esa no es la soledad total de quien pierde al resto de la humanidad. En la isla había lugareños que de cuando en cuando percibían su presencia. Y él también sabía que "ahí fuera" de su aislamiento había seres humanos, y que Japón, con toda sus maravillas culturales, seguía existiendo. Él estaba luchando por su Emperador. Tenía símbolos y creencias a los que aferrarse. La soledad no era completa.

Hace unos días encontraron muerto a otro hombre que vivió en torno a 30 años aislado de la humanidad. Pero su caso era muy diferente, en muchos aspectos fundamentales, al del soldado japonés. En la selva amazónica, que era su hogar, y no un lugar donde se escondiese esperando salir algún día, también había visto morir abatidos por las armas de otro enemigo distinto a los miembros de su tribu. Y efectivamente, el enemigo era distinto porque no era tanto otro grupo humano del mismo tipo que el suyo: eran lo más parecido a unos perfectos extraños, a unos alienígenas....eran hombres "civilizados". Y los abatidos por sus armas eran miembros de su tribu, personas que compartían su cosmovisión y su cultura milenaria, adaptada a las condiciones de su medio ambiente ecológico. Eran su sociedad. Se puede decir que eran todo lo que le quedaba de humanidad. Durante 30 años construyó casas y grandes agujeros. Muchas de las piezas de caza de las que se alimentaba caían también en agujeros trampa cavados por él. 

Se puede decir que aquel hombre era lo más parecido al último hombre vivo. Sabía que había mas humanos, pero le resultaban tan extraños y hostiles que se escondía de ellos o les atacaba si tenía ocasión. 

Al ser un "salvaje", bien es cierto, y a diferencia del soldado japonés, estaba en relativa armonía con su entorno (no es cosa de idealizarlo, pero obviamente se sentía más en comunión con los organismos de la selva y las fuerzas de la naturaleza que con los monstruos con forma humana que parecían haberse apoderado del universo circundante). Así, adaptado, pero cósmicamente solo, humanamente, abismalmente solo, este indígena pasó en torno a 30 años de vida hasta que ésta se extinguió por causas naturales. 


Descanse en paz el último hombre vivo, al que los extraños de fuera que le observaban con cierto respeto bautizaron como el hombre del hoyo. 








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