El nacimiento de la mente moderna es un proceso que no puede haberse producido sin cambios en la estructura y función del cerebro. Cualquier especulación que pase por alto estos cambios tiene por ello doble carácter especulativo. Pero como saben bien los paleoantropólogos no sólo el comportamiento no fosiliza, sino que tampoco lo hacen las partes blandas del cuerpo, entre ellas, y de forma destacada, el cerebro, esa masa gelatinosa, esa auténtica carnaza para los buitres del tiempo de 1 kilo y pico.
Así, nos vemos obligados a especular sobre los cambios estructurales y funcionales del cerebro que se sucedieron para transformar un cerebro parecido al de un chimpancé en un cerebro humano. En esto sirven, hasta cierto punto, las comparaciones. Si nos separamos de los chimpancés en el camino evolutivo hace en torno a 7 millones de años cabe esperar que sus cerebros y los nuestros sean bastante parecidos, y las diferencias entre ellos lo que nos hace cognitivamente humanos. Aplicando el actualismo, que en biología es atender al presente para deducir el pasado, tenemos al lenguaje como principal diferencia y principal motor de nuestra cognición típicamente humana. Al hablar del lenguaje hablo de capacidad simbólica. No tendría mucho sentido esta si no sirviera a la comunicación. Uno se representa el mundo para comunicarlo, para entender las representaciones de otros y hacerse entender sobre las propias. Si los conceptos elementales sirven a la supervivencia directamente (y al hablar de conceptos aquí me estoy refiriendo a algo verdaderamente rudimentario como distinguir animal de objeto inanimado, por ejemplo), los abstractos lo hacen de forma indirecta, tejiendo la red social a través de su viaje de ida y vuelta de unas mentes a otras.
Existen al menos tres grandes teorías sobre el origen de la mente moderna (y, al decir moderna, digo humana, natural-mente). La primera está asociada al concepto de fluidez cognitiva, y la ha expuesto y defendido el arqueólogo cognitivo Steven Mithen. En su búsqueda de los rastros dejados por la mente humana en su desarrollo y evolución sobre los instrumentos que construyó y manejó, Mithen llegó a la conclusión de que dominios separados de la mente se habían unido para hacer nacer nuestro rico simbolismo. Para Mithen dichos dominios son inteligencias aplicadas a la resolución de problemas sociales, naturales y técnicos. En algún momento de nuestro pasado evolutivo, se colige, debió de darse algún cambio en nuestro cerebro que supuso un tendido de puentes entre cada uno de estos dominios.
Otra teoría, la del psicólogo cognitivo Merlin Donald, se refiere a sucesivos estadios relacionados con la comunicación, que van de un lenguaje de movimientos y sonidos simples a nuestro lenguaje alambicado, sutil, sistemático y de signo arbitrario. En el proceso habríamos ido adquiriendo nuevas formas de consciencia, que se superpondrían unas sobre otras hasta formar la actual, la mente moderna. Nuestra consciencia originaria sería una “consciencia episódica”, aplicada a problemas prácticos inmediatos, con una limitada capacidad de proyectarse en el tiempo y el espacio. Después desarrollaríamos una consciencia mayor a través de las primeras formas de comunicación, que, a juicio de Donald, debieron de ser mímicas y acústicas, una especie de representación teatral generadora de representación simbólica elemental en la mente. Esto evolucionaría hacia formas más estandarizadas y organizadas de comunicación, en definitiva hacia el lenguaje, y con él surgiría la “consciencia mítica”, ya liberada de las cadenas del aquí y el ahora, capaz de volar por sobre la realidad, mirar al pasado y al futuro, y contar el viaje mental. Esta consciencia mítica, asociada a la transmisión oral y generadora, como su propio nombre indica, de innumerables mitos, prevaleció hasta la llegada de la escritura. Trasladar los símbolos a un soporte físico, exteriorizarlos de forma que no se los llevara el aire, hizo posible no sólo la transmisión fiel de información a través de las generaciones, sino desarrollar una consciencia aún más avanzada, que se superpondría sobre las anteriores –ya se sabe que la evolución es chapucera y crea sobre creado, llueve sobre mojado-. Esta consciencia sería la “consciencia teórica”, que ampliaba los límites de lo conocido más allá de lo que podía procesar cada cerebro individual en un momento dado.
La tercera teoría viene de la neurociencia y, a mi juicio, permite conciliar las otras dos. La propone el neurólogo Vilayanur Ramachandran. Es probablemente la que más me seduce porque tiene un sólido apoyo tanto en cómo es y funciona el cerebro como en la lógica evolutiva. Según escribe Ramachandran en un artículo de título elocuente “Queso fuerte y números púrpura”, un trastorno inofensivo, como la sinestesia podría contribuir a explicar, en un primer estadio, la creatividad de los artistas, sinestetas de alto nivel, y en un segundo nivel la que tenemos en común todos los humanos con nuestra capacidad para la metáfora, que está en la base del pensamiento simbólico y de nuestra peculiar forma de inteligencia general (y generalista).
La sinestesia consiste en un entrecruzamiento de los sentidos tal que uno, por ejemplo, ve sonidos u oye colores.
Dicho entrecruzamiento es debido a un entrecruzamiento físico en el cerebro entre las áreas que corresponden al procesamiento de las imágenes mentales de dichos sentidos. Esto se debe a que son áreas adyacentes, y, en algunas personas, sus conexiones, que normalmente se podan durante el desarrollo, no sufren el correspondiente corte. Ramachandran relaciona poéticamente este hecho con la poesía, y, si se me permite, científicamente con la ciencia. En efecto somos sinestetas natos, y es posible que a lo largo de la evolución se hayan roto las barreras que separaban neurológica y cognitivamente distintas áreas del cerebro y la mente. A un nivel superior del de la percepción, en áreas de asociación de la corteza, Ramachandran nos lleva hasta el giro angular, lugar de confluencia de lóbulos cerebrales y sentidos, del lóbulo occipital, el parietal y el temporal y de los sentidos de la vista, el oído y de ubicación en el espacio. La mente moderna habría nacido al mezclarse neuronalmente zonas que, previamente, iban por separado. Esto encaja perfectamente con la idea de Mithen de la fluidez cognitiva, si bien no estamos hablando en este caso de formas de inteligencia, sino de los sentidos y sus respectivas áreas asociativas. Esta mezcla haría posible la metáfora, es decir, el ser capaces de asociar cosas que, en principio, no tendrían otro nexo que algún parecido vago, y la metáfora daría origen al pensamiento mítico, etapa lingüística primera de Donald. La evolución cultural posterior haría posible acotar el pensamiento y sus metáforas (en parte al “transcribirlos”) de forma tal que surgiera la ciencia, y la denominada por Donald “consciencia teórica”.
En resumen, la mente moderna podría haber aparecido en muy poco tiempo, al surgir entre nosotros algunos sinestetas visionarios. Estos, con sus nuevas habilidades, tuvieron mayor éxito en el entorno ecológico y social que sus coetáneos, más limitados cognitivamente. Nosotros somos sus descendientes.
Así, nos vemos obligados a especular sobre los cambios estructurales y funcionales del cerebro que se sucedieron para transformar un cerebro parecido al de un chimpancé en un cerebro humano. En esto sirven, hasta cierto punto, las comparaciones. Si nos separamos de los chimpancés en el camino evolutivo hace en torno a 7 millones de años cabe esperar que sus cerebros y los nuestros sean bastante parecidos, y las diferencias entre ellos lo que nos hace cognitivamente humanos. Aplicando el actualismo, que en biología es atender al presente para deducir el pasado, tenemos al lenguaje como principal diferencia y principal motor de nuestra cognición típicamente humana. Al hablar del lenguaje hablo de capacidad simbólica. No tendría mucho sentido esta si no sirviera a la comunicación. Uno se representa el mundo para comunicarlo, para entender las representaciones de otros y hacerse entender sobre las propias. Si los conceptos elementales sirven a la supervivencia directamente (y al hablar de conceptos aquí me estoy refiriendo a algo verdaderamente rudimentario como distinguir animal de objeto inanimado, por ejemplo), los abstractos lo hacen de forma indirecta, tejiendo la red social a través de su viaje de ida y vuelta de unas mentes a otras.
Existen al menos tres grandes teorías sobre el origen de la mente moderna (y, al decir moderna, digo humana, natural-mente). La primera está asociada al concepto de fluidez cognitiva, y la ha expuesto y defendido el arqueólogo cognitivo Steven Mithen. En su búsqueda de los rastros dejados por la mente humana en su desarrollo y evolución sobre los instrumentos que construyó y manejó, Mithen llegó a la conclusión de que dominios separados de la mente se habían unido para hacer nacer nuestro rico simbolismo. Para Mithen dichos dominios son inteligencias aplicadas a la resolución de problemas sociales, naturales y técnicos. En algún momento de nuestro pasado evolutivo, se colige, debió de darse algún cambio en nuestro cerebro que supuso un tendido de puentes entre cada uno de estos dominios.
Otra teoría, la del psicólogo cognitivo Merlin Donald, se refiere a sucesivos estadios relacionados con la comunicación, que van de un lenguaje de movimientos y sonidos simples a nuestro lenguaje alambicado, sutil, sistemático y de signo arbitrario. En el proceso habríamos ido adquiriendo nuevas formas de consciencia, que se superpondrían unas sobre otras hasta formar la actual, la mente moderna. Nuestra consciencia originaria sería una “consciencia episódica”, aplicada a problemas prácticos inmediatos, con una limitada capacidad de proyectarse en el tiempo y el espacio. Después desarrollaríamos una consciencia mayor a través de las primeras formas de comunicación, que, a juicio de Donald, debieron de ser mímicas y acústicas, una especie de representación teatral generadora de representación simbólica elemental en la mente. Esto evolucionaría hacia formas más estandarizadas y organizadas de comunicación, en definitiva hacia el lenguaje, y con él surgiría la “consciencia mítica”, ya liberada de las cadenas del aquí y el ahora, capaz de volar por sobre la realidad, mirar al pasado y al futuro, y contar el viaje mental. Esta consciencia mítica, asociada a la transmisión oral y generadora, como su propio nombre indica, de innumerables mitos, prevaleció hasta la llegada de la escritura. Trasladar los símbolos a un soporte físico, exteriorizarlos de forma que no se los llevara el aire, hizo posible no sólo la transmisión fiel de información a través de las generaciones, sino desarrollar una consciencia aún más avanzada, que se superpondría sobre las anteriores –ya se sabe que la evolución es chapucera y crea sobre creado, llueve sobre mojado-. Esta consciencia sería la “consciencia teórica”, que ampliaba los límites de lo conocido más allá de lo que podía procesar cada cerebro individual en un momento dado.
La tercera teoría viene de la neurociencia y, a mi juicio, permite conciliar las otras dos. La propone el neurólogo Vilayanur Ramachandran. Es probablemente la que más me seduce porque tiene un sólido apoyo tanto en cómo es y funciona el cerebro como en la lógica evolutiva. Según escribe Ramachandran en un artículo de título elocuente “Queso fuerte y números púrpura”, un trastorno inofensivo, como la sinestesia podría contribuir a explicar, en un primer estadio, la creatividad de los artistas, sinestetas de alto nivel, y en un segundo nivel la que tenemos en común todos los humanos con nuestra capacidad para la metáfora, que está en la base del pensamiento simbólico y de nuestra peculiar forma de inteligencia general (y generalista).
La sinestesia consiste en un entrecruzamiento de los sentidos tal que uno, por ejemplo, ve sonidos u oye colores.
Dicho entrecruzamiento es debido a un entrecruzamiento físico en el cerebro entre las áreas que corresponden al procesamiento de las imágenes mentales de dichos sentidos. Esto se debe a que son áreas adyacentes, y, en algunas personas, sus conexiones, que normalmente se podan durante el desarrollo, no sufren el correspondiente corte. Ramachandran relaciona poéticamente este hecho con la poesía, y, si se me permite, científicamente con la ciencia. En efecto somos sinestetas natos, y es posible que a lo largo de la evolución se hayan roto las barreras que separaban neurológica y cognitivamente distintas áreas del cerebro y la mente. A un nivel superior del de la percepción, en áreas de asociación de la corteza, Ramachandran nos lleva hasta el giro angular, lugar de confluencia de lóbulos cerebrales y sentidos, del lóbulo occipital, el parietal y el temporal y de los sentidos de la vista, el oído y de ubicación en el espacio. La mente moderna habría nacido al mezclarse neuronalmente zonas que, previamente, iban por separado. Esto encaja perfectamente con la idea de Mithen de la fluidez cognitiva, si bien no estamos hablando en este caso de formas de inteligencia, sino de los sentidos y sus respectivas áreas asociativas. Esta mezcla haría posible la metáfora, es decir, el ser capaces de asociar cosas que, en principio, no tendrían otro nexo que algún parecido vago, y la metáfora daría origen al pensamiento mítico, etapa lingüística primera de Donald. La evolución cultural posterior haría posible acotar el pensamiento y sus metáforas (en parte al “transcribirlos”) de forma tal que surgiera la ciencia, y la denominada por Donald “consciencia teórica”.
En resumen, la mente moderna podría haber aparecido en muy poco tiempo, al surgir entre nosotros algunos sinestetas visionarios. Estos, con sus nuevas habilidades, tuvieron mayor éxito en el entorno ecológico y social que sus coetáneos, más limitados cognitivamente. Nosotros somos sus descendientes.
4 comentarios:
Muy interesante y sugerente! Lo añado a mi bibliografía potencial y de momento recomiendo la lectura del post. Saludos.
Gracias Carlos
;-)
Todo el contenido de este blog me ha parecido de lo más interesante. Sin duda, un portal desde donde enlazar y proseguir la lectura con mayor avidez. Realmente los felicito por este compendio de saber.
Gracias Esteban. Creo que nuestros entrevistados son una importante y significativa muestra de la moderna ilustración evolucionista.
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