Hace unos años que se publicó el libro recopilatorio de artículos de Richard Dawkins “El Capellán del Diablo”. El artículo que da título al libro completo trata sobre la obra chapucera y despilfarradora realizada por el relojero ciego, por el proceso frío e indiferente de la selección natural. En última instancia lo que horroriza a todo el que contempla la naturaleza implacable no es el despilfarro ni la indiferencia, no es la inmoralidad o amoralidad, ni los diseños imperfectos, de extravagante inutilidad. Lo que verdaderamente horroriza, lo que horroriza a fondo, es el dolor, sobre todo el gratuito. La maravilla de eficiente función del sistema nervioso lleva implícito el cruel mensajero del dolor. Y quien es capaz de experimentar el horror de esa contemplación es precisamente aquel que más desarrollado tiene dicho sistema y las vías de comunicación para dicho mensajero. Nietzsche decía que a veces el poeta ponía en su musa, con su vivaz imaginación, virtudes que esta no tenía pero que anhelaba tuviera. El ser humano atribuye a todo ser viviente un padecimiento comparable al suyo, igual que en sus orígenes atribuía vida y consciencia a todo fenómeno natural, creando un dios para cada fenómeno, o un tótem para cada especie.
Hubo una vez en que Emil Cioran, el filósofo apesadumbrado, el deprimido más excelente, se reunió en un café parisino con el evolucionista y optimista cristiano Teilhard de Chardin. Según contó en una entrevista que le hicieron tiempo después, al preguntar a Chardin por el dolor, por su justificación, por su sentido, este le respondió que formaba parte del plan cósmico, que tenía que ser así. Cioran se levantó y se marchó de malas maneras.
El Gran Inquisidor de Dovstovieski, sabedor del dolor universal, proponía mantener a la humanidad inconsciente, necia, si bien de forma distinta a como lo hacía el San Manuel Bueno Mártir de Unamuno. Ambos representaban a ese Atlas que quería soportar sobre sus hombros todo el peso del dolor en el mundo.....todo el peso del mundo, si bien San Manuel era Santo además de mártir, por no pretender beneficiarse de todas las ventajas de su ascendencia sobre los demás, por no querer cobrar el precio por su superior valor y aguante. El Gran Inquisidor quería mirar a la cara a la realidad, a esa realidad despiadada de la naturaleza, y, también de la naturaleza humana y sacar provecho, no negarla y contentarse con la nada, como el bueno de San Manuel.
Ya Epicuro y los estoicos, en tiempos clásicos, se preguntaron por el mejor modo de afrontar el dolor inevitable de la existencia, de la vida, de la consciencia. Como Séneca señalaba, las propuestas morales de Epicuro (a diferencia del hedonismo decadente que le sucedió entre gentes correspondientemente decadentes), eran acordes con la filosofía estoica, citándole incansablemente en sus Cartas Morales a Lucilio. Buda, el iluminado, proponía soluciones nada diferentes. Más al este Confucio proponía la moderación y en general los chinos la creían imprescindible para el equilibrio del Chi o fuerza vital. Todos ellos percibían nítidamente un aspecto esencial de la naturaleza viva, especialmente de la consciente, de la más sufridora: dolor y placer forman una unidad indisoluble, e igual que el final de un gran dolor genera placer, la búsqueda de placeres lleva aparejado el dolor, por lo que la moderación, o lo que Aristóteles definiría más circunspectamente, el justo término medio, era la única opción en la que el resultado neto de nuestros afanes daba un saldo levemente positivo.
La búsqueda de placeres le lleva a uno por una montaña rusa de pronunciados altos y bajos y vertiginosa velocidad y pavoroso vértigo. Pero la bioquímica y los avances de las neurociencias en la comprensión de las emociones nos dicen también que el déficit o el exceso de algún neurotransmisor (dopamina, serotonina, noriprefina...etc) en el cerebro pueden hacer que un ser humano sufra sin motivo, o se deje llevar sin control, o que no preste atención, en definitiva que sea incapaz de dominar al caballo salvaje o fatalmente herido de su naturaleza innata.
¿Moderación? ¿buen sentido? ¿sabiduría?....¡dale lecciones a un tipo con déficit de atención e hiperatividad, a un depresivo o a un maníaco depresivo, a un esquizofrénico!. Hasta hace no mucho las manifestaciones leves de estas dolencias del alma no se consideraban patológicas, sino rasgos de personalidad corregibles (¡o incorregibles!) por la cultura y la educación. Grave error. Los fármacos psicotrópicos han hecho más por estas personas que todos los libros y maestros del mundo. Más Prozac (o Cymbalta) y menos Platón (por llevar la contraria al título de un conocido libro, cuyo contenido reconozco que desconozco). Cuando el problema es endógeno las palmaditas en la espalda y los castigos pueden lograr poco. Y menos aún una República totalitaria platónica, con todo su idealismo desligado de la naturaleza. En esto, como en tantas otras cosas, se pone de manifiesto que la tabla rasa es una falacia insostenible.
El Capellán del diablo ha obrado en el mundo. Es el demiurgo perverso que se regocija en medio de la profusión de sangre, de la muerte y del dolor. El Doctor Restak, un neurólogo autor de obras de divulgación sobre el cerebro, ligeramente inclinado hacia la tabla rasa, en mi humilde opinión, decía en “Nuestro Nuevo Cerebro” que Schopenhauer, tratado con antidepresivos, nunca habría escrito “El Mundo como Voluntad y Representación”, como si eso hubiera sido mayor tragedia que la que el autor experimentó. Puede ser. Pero habría escrito alguna otra obra magnífica, posiblemente con más contenido de verdad y, desde luego con muchas de las ideas expresadas en el libro jamás escrito, compatibles con un estado de ánimo mejor. ¿Vamos a dejar que la gente sufra más de lo debido porque uno de cada millón va a escribir maravillosamente sobre su tragedia personal?
El sufrimiento es cosa del sentimiento, el dolor de las emociones. Esto lo explica excelentemente Antonio Damasio en su obra “En Busca de Spinoza”. El hombre ha llegado a convertir las cartografías dinámicas y sistemáticas del cuerpo, de su homeostasis, de su funcionalidad, de su equilibrio, en relación a los estímulos emocionalmente competentes del “mundo exterior”, en algo más que emociones, estímulo-respuesta y dolor desnudo, gracias a la neocorteza, y ha desarrollado junto con la consciencia complejos comportamientos, capacidad de anticipación y los sentimientos, con el consiguiente sufrimiento. Se ha demostrado que el dolor físico puro, desligado de su reflejo en la corteza frontal, resulta ser infinitamente más tolerable, eliminándose por completo el sufrimiento aparejado a él. Esto nos lleva a pensar que entre los demás animales cuyo sistema nervioso está lo suficientemente desarrollado, pese a existir el dolor, el sufrimiento podría estar ausente o muy reducido. Quien tiene las mejores vías de comunicación para el mensajero del dolor es aquel que le deja traspasar el umbral de la inconsciencia para penetrar en el dolor consciente, en el sufrimiento, en los verdaderos y genuinos padeceres y pesares. El refranero popular tiene una sentencia un tanto frívola, pero cierta: ojos que no ven, corazón que no siente. Nosotros podemos decir, sin temor a equivocarnos, que a menor consciencia menor sufrimiento. “Consciencia adormecida, sufrimiento inexistente”.
Dawkins cree que nosotros somos, pese a nuestros orígenes, los únicos capaces de contrariar a la evolución, inconsciente, de ponerle un poco de consciencia, de humanidad, en los que él cree los mejores sentidos de ambos términos. Quizá peque de ingenuo si pretende sugerir que podemos, con la fuerza enclenque de nuestra superficial consciencia, modelar la poderosa fuerza del cosmos en movimiento, que opera también en nosotros, subyugando nuestros vanos intentos de elevarnos por encima de ella. Pero en medio del caos, el batir de las alas de una mariposa, el juego de imaginación y sistematización de una consciencia.....¿Quizá provoque un vendaval o el fin de los tiempos? Entre las infinitas posibilidades, la de crear una sociedad concienciada y feliz se daría solamente en unas pocas. En ese juego de dados del azar, o de Dios, solamente la necesidad podría conducirnos a buen puerto. Y para ello debemos aceptar la necesidad como el motor del mundo.
Dawkins parece, por otra parte, estar del todo implicado en una de esas luchas tan humanas de la palabra, aparentemente incruentas, en una de esas dialécticas sociales e ideológicas permanentemente renovadas, y lo hace desde un partido muy concreto. Muchos de sus escritos (por no decir todos) rezuman una apología de ateísmo racionalista. Eso, lo crea o no, tiene un fundamento sentimental evidente, y puede tener consecuencias que él ni siquiera podría imaginar, y menos predecir, con toda su ciencia.
Hubo una vez en que Emil Cioran, el filósofo apesadumbrado, el deprimido más excelente, se reunió en un café parisino con el evolucionista y optimista cristiano Teilhard de Chardin. Según contó en una entrevista que le hicieron tiempo después, al preguntar a Chardin por el dolor, por su justificación, por su sentido, este le respondió que formaba parte del plan cósmico, que tenía que ser así. Cioran se levantó y se marchó de malas maneras.
El Gran Inquisidor de Dovstovieski, sabedor del dolor universal, proponía mantener a la humanidad inconsciente, necia, si bien de forma distinta a como lo hacía el San Manuel Bueno Mártir de Unamuno. Ambos representaban a ese Atlas que quería soportar sobre sus hombros todo el peso del dolor en el mundo.....todo el peso del mundo, si bien San Manuel era Santo además de mártir, por no pretender beneficiarse de todas las ventajas de su ascendencia sobre los demás, por no querer cobrar el precio por su superior valor y aguante. El Gran Inquisidor quería mirar a la cara a la realidad, a esa realidad despiadada de la naturaleza, y, también de la naturaleza humana y sacar provecho, no negarla y contentarse con la nada, como el bueno de San Manuel.
Ya Epicuro y los estoicos, en tiempos clásicos, se preguntaron por el mejor modo de afrontar el dolor inevitable de la existencia, de la vida, de la consciencia. Como Séneca señalaba, las propuestas morales de Epicuro (a diferencia del hedonismo decadente que le sucedió entre gentes correspondientemente decadentes), eran acordes con la filosofía estoica, citándole incansablemente en sus Cartas Morales a Lucilio. Buda, el iluminado, proponía soluciones nada diferentes. Más al este Confucio proponía la moderación y en general los chinos la creían imprescindible para el equilibrio del Chi o fuerza vital. Todos ellos percibían nítidamente un aspecto esencial de la naturaleza viva, especialmente de la consciente, de la más sufridora: dolor y placer forman una unidad indisoluble, e igual que el final de un gran dolor genera placer, la búsqueda de placeres lleva aparejado el dolor, por lo que la moderación, o lo que Aristóteles definiría más circunspectamente, el justo término medio, era la única opción en la que el resultado neto de nuestros afanes daba un saldo levemente positivo.
La búsqueda de placeres le lleva a uno por una montaña rusa de pronunciados altos y bajos y vertiginosa velocidad y pavoroso vértigo. Pero la bioquímica y los avances de las neurociencias en la comprensión de las emociones nos dicen también que el déficit o el exceso de algún neurotransmisor (dopamina, serotonina, noriprefina...etc) en el cerebro pueden hacer que un ser humano sufra sin motivo, o se deje llevar sin control, o que no preste atención, en definitiva que sea incapaz de dominar al caballo salvaje o fatalmente herido de su naturaleza innata.
¿Moderación? ¿buen sentido? ¿sabiduría?....¡dale lecciones a un tipo con déficit de atención e hiperatividad, a un depresivo o a un maníaco depresivo, a un esquizofrénico!. Hasta hace no mucho las manifestaciones leves de estas dolencias del alma no se consideraban patológicas, sino rasgos de personalidad corregibles (¡o incorregibles!) por la cultura y la educación. Grave error. Los fármacos psicotrópicos han hecho más por estas personas que todos los libros y maestros del mundo. Más Prozac (o Cymbalta) y menos Platón (por llevar la contraria al título de un conocido libro, cuyo contenido reconozco que desconozco). Cuando el problema es endógeno las palmaditas en la espalda y los castigos pueden lograr poco. Y menos aún una República totalitaria platónica, con todo su idealismo desligado de la naturaleza. En esto, como en tantas otras cosas, se pone de manifiesto que la tabla rasa es una falacia insostenible.
El Capellán del diablo ha obrado en el mundo. Es el demiurgo perverso que se regocija en medio de la profusión de sangre, de la muerte y del dolor. El Doctor Restak, un neurólogo autor de obras de divulgación sobre el cerebro, ligeramente inclinado hacia la tabla rasa, en mi humilde opinión, decía en “Nuestro Nuevo Cerebro” que Schopenhauer, tratado con antidepresivos, nunca habría escrito “El Mundo como Voluntad y Representación”, como si eso hubiera sido mayor tragedia que la que el autor experimentó. Puede ser. Pero habría escrito alguna otra obra magnífica, posiblemente con más contenido de verdad y, desde luego con muchas de las ideas expresadas en el libro jamás escrito, compatibles con un estado de ánimo mejor. ¿Vamos a dejar que la gente sufra más de lo debido porque uno de cada millón va a escribir maravillosamente sobre su tragedia personal?
El sufrimiento es cosa del sentimiento, el dolor de las emociones. Esto lo explica excelentemente Antonio Damasio en su obra “En Busca de Spinoza”. El hombre ha llegado a convertir las cartografías dinámicas y sistemáticas del cuerpo, de su homeostasis, de su funcionalidad, de su equilibrio, en relación a los estímulos emocionalmente competentes del “mundo exterior”, en algo más que emociones, estímulo-respuesta y dolor desnudo, gracias a la neocorteza, y ha desarrollado junto con la consciencia complejos comportamientos, capacidad de anticipación y los sentimientos, con el consiguiente sufrimiento. Se ha demostrado que el dolor físico puro, desligado de su reflejo en la corteza frontal, resulta ser infinitamente más tolerable, eliminándose por completo el sufrimiento aparejado a él. Esto nos lleva a pensar que entre los demás animales cuyo sistema nervioso está lo suficientemente desarrollado, pese a existir el dolor, el sufrimiento podría estar ausente o muy reducido. Quien tiene las mejores vías de comunicación para el mensajero del dolor es aquel que le deja traspasar el umbral de la inconsciencia para penetrar en el dolor consciente, en el sufrimiento, en los verdaderos y genuinos padeceres y pesares. El refranero popular tiene una sentencia un tanto frívola, pero cierta: ojos que no ven, corazón que no siente. Nosotros podemos decir, sin temor a equivocarnos, que a menor consciencia menor sufrimiento. “Consciencia adormecida, sufrimiento inexistente”.
Dawkins cree que nosotros somos, pese a nuestros orígenes, los únicos capaces de contrariar a la evolución, inconsciente, de ponerle un poco de consciencia, de humanidad, en los que él cree los mejores sentidos de ambos términos. Quizá peque de ingenuo si pretende sugerir que podemos, con la fuerza enclenque de nuestra superficial consciencia, modelar la poderosa fuerza del cosmos en movimiento, que opera también en nosotros, subyugando nuestros vanos intentos de elevarnos por encima de ella. Pero en medio del caos, el batir de las alas de una mariposa, el juego de imaginación y sistematización de una consciencia.....¿Quizá provoque un vendaval o el fin de los tiempos? Entre las infinitas posibilidades, la de crear una sociedad concienciada y feliz se daría solamente en unas pocas. En ese juego de dados del azar, o de Dios, solamente la necesidad podría conducirnos a buen puerto. Y para ello debemos aceptar la necesidad como el motor del mundo.
Dawkins parece, por otra parte, estar del todo implicado en una de esas luchas tan humanas de la palabra, aparentemente incruentas, en una de esas dialécticas sociales e ideológicas permanentemente renovadas, y lo hace desde un partido muy concreto. Muchos de sus escritos (por no decir todos) rezuman una apología de ateísmo racionalista. Eso, lo crea o no, tiene un fundamento sentimental evidente, y puede tener consecuencias que él ni siquiera podría imaginar, y menos predecir, con toda su ciencia.
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