martes, noviembre 19, 2013

Los delfines de Plinio


En ciencia suele cometerse el error de creer que todo lo pasado fue peor. Parece que solo hace falta estar al día de los nuevos descubrimientos, constituyendo el pasado un protosaber superado. Se piensa que a un físico no debe interesarle para nada conocer la teoría del flogisto o del calórico, principalmente, porque son teorías falsas o refutadas siglos atrás. Con ellas no puedes construir un reactor. Así, no existen asignaturas de historia en los diferentes planes de estudio de las carreras científicas (a lo sumo como optativas entendidas como entretenimiento, casi como curiosidades para adquirir algo de cultura general): solo vale el presente, lo que hoy se sabe a "ciencia cierta", y un presente muy volcado al futuro, lo que "está a punto de saberse a ciencia cierta". 

Eso es un grave error por dos razones fundamentales: la primera es que estudiar historia de la ciencia te otorga conocimiento de cómo se gestaron los principales descubrimientos. Muchas veces es más importante aprender cómo se llegó a descubrir tal cosa que saber lo que se descubrió, principalmente, porque a lo que te vas a dedicar como investigador es a intentar descubrir algo. Saber la praxis del descubrimiento se antoja entonces como esencial. Y la segunda, y más interesante, es el enorme enriquecimiento que esto constituye. Entender lo que otros pensaron en el pasado suele suponer un shock para el estudioso porque se encuentra ante la extraña disyuntiva de pensar cómo es posible que en otros tiempos se pensaran tales cosas.  Además es una buena cura para la tesis dogmática de que solo en el presente se hace auténtico conocimiento, ya que se cae en la cuenta de que los antiguos también creían que lo que hacían era conocimiento verdadero: ¿no se reirán de nosotros los investigadores de dentro de cinco siglos? Yo hace mucho tiempo que no me río de teorías antiguas, es más, las suelo mirar con creciente admiración: tienen la inocencia de los pioneros, pero la genialidad de los que casi parten de cero. Y, por último, saber historia te hace salirte del stablishment, quizá escolástico y degenerado, de las líneas de pensamiento  vigentes en la actualidad de tu especialidad. Tu mente se abre a otras perspectivas radicalmente diferentes (seguramente, las más diferentes disponibles) y eso no solo es bueno, es lo mejor.  

Plinio "el viejo" (23-79 d.C.) era un militar romano retirado que tenía una infinita curiosidad por el mundo natural. Unos años antes de morir escribió su Historia Natural, una enciclopedia que recogía todo el conocimiento de su época sobre zoología y farmacopea. Probablemente es uno de los libros más maravillosos que he leído nunca y lo propondría como lectura obligatoria para cualquier estudiante de biología. Veamos, por poner un ejemplo, cómo describe a los delfines:

VIII. (7) 20. El delfín es el más veloz de todos los animales, no sólo de los marinos; es más rápido que un pájaro, más agudo que un dardo y, si no tuviese la boca mucho más abajo que el hocico, casi en la mitad del vientre, ningún pez escaparía a su rapidez. Pero la naturaleza, previsora, los hace retardarse, porque a no ser boca arriba, en posición invertida, no capturan nada; esto da indicios de su velocidad. Cuando, empujados por el hambre, persiguen un pez que huye hacia las profundidades y retienen mucho tiempo la respiración, surgen de repente en busca de aire como una flecha impulsada por un arco y saltan con tanta fuerza que muchas veces sobrepasan en altura las velas de los barcos. 21. Generalmente van en parejas; paren cachorros al décimo mes, en verano, a veces incluso dos. Los alimentan a sus pechos, como las ballenas, e incluso transportan a las crías recién nacidas y aún débiles; es más, las acompañan largo tiempo  cuando son ya adultas, mostrando gran afecto por su descendencia. 22. Crecen rápidamente; se cree que hacia los diez años han alcanzado su desarrollo completo. Viven hasta los treinta años; se sabe gracias al experimento de marcarles la cola con un corte. Desaparecen durante treinta días en torno a la salida del Perro y se ocultan por un procedimiento desconocido; es una cosa asombrosa, porque en el agua no pueden respirar. Suelen embarracar en la costa por razones inciertas, pero no mueren inmediatamente al tocar la tierra; la muerte es más rápida si tienen el conducto respiratorio cerrado. 23. Tienen la lengua móvil, a diferencia de otros animales acuáticos, corta y ancha, no diferente de la de un cerdo. El gemido es semejante a la voz humana, el lomo arqueado, el hocico chato. Por esa razón todos los delfines comprenden el nombre de "Simón" y prefieren que les llamen así. (8) 24. El delfín no es sólo un animal amigo del hombre, sino que además se amansa con la música, con el canto armónico y sobre todo con el sonido del órgano hidráulico. No se asusta del hombre como de un extraño, sino que sale al encuentro de las naves, juega dando saltos, incluso compite con ellas en velocidad y las deja atrás aunque vayan a toda vela. 25. Durante el reinado del divino Augusto, un delfín que había entrado en el lago Lucrino tomó mucho cariño a un niño pobre que desde Bayas iba a Puteólos a la escuela, porque se detenía a mediodía, lo llamaba con el nombre de Simón y a menudo lo atraía con trozos de pan que llevaba para el camino - no contaría esta historia si no estuviese recogida en las obras de Mecenas, Fabiano, Flavio Alfio y muchos otros -; en cualquier momento del día en que lo llamase el niño, aunque estuviese oculto y escondido, el delfín acudía desde las profundidades y, después de comer en su mano, le ofrecía el lomo para que montase, escondiendo los aguijones de su aleta dorsal como en una vaina, y una vez arriba lo llevaba a Puteólos a la escuela a través del mar inmenso y lo devolvía de la misma forma, durante varios años; cuando, a causa de una enfermedad, murió el niño, el delfín volvió una y otra vez al lugar acostumbrado, triste, semejante a quien ha perdido un ser querido, hasta que murió de nostalgia, sin que a nadie le cupiese duda del motivo.
Plinio exagera y comete muchos errores: los delfines están lejos de ser los animales más rápidos (no llegan a superar los 50 km/h), no pueden saltar por encima de las velas de los barcos ni tienen la boca en la mitad del vientre. Tampoco creo que tengan un refinado gusto musical, que les guste que les llamen Simón ni que se apenen demasiado por la muerte de un humano. Es más, leyendo sus descripciones, se podría dudar de que Plinio hubiera visto alguno en su vida. Sin embargo, hay datos correctos, hay afán de intentar dar una información muy completa, se consultan fuentes (Plinio está siguiendo, principalmente, los textos de Aristóteles), e incluso se habla de experimentos para comprobar la longevidad de los delfines. Además hay una determinada visión totalizadora de la naturaleza. Nótese como Plinio afirma que la "naturaleza previsora" hace que pierdan cierta velocidad para que no devoren todos los peces, como si la misma naturaleza regulara los ecosistemas para establecer un equilibrio entre especies. 

Ciencia y mito se mezclan en la obra de Plinio. El delfín era un animal casi divinizado por el folclore popular mediterráneo. Es por eso que se exageran sus cualidades físicas y psicológicas, recogiendo los ecos de las múltiples narraciones míticas en donde se relaciona a este animal con niños. No recuerdo quién decía que si teníamos una civilización incapaz de cualquier creación mítica, también la tendríamos incapaz de cualquier invención científica. Sabia frase. 
 

2 comentarios:

Masgüel dijo...

Santiago, de nuevo estoy de acuerdo contigo. En mi opinión, la mejor aproximación a cualquier disciplina sería histórica, no temática. Solo así puede comprenderse cabalmente la ciencia como un quehacer humano, imbricado en una forma de vida, una cultura.

Respecto a los delfines, recuerda la dificultad que suponía hacerse una idea de los movimientos de las patas de un caballo al galope antes de la invención del cine. Pues imagina lo que sería para un hombre del siglo primero describir un animal como el delfín en su medio a partir de los fugaces momentos en que se deja ver fuera del agua. Dieciocho siglos después, Melville pasó año y medio en un ballenero y aún dedicándose a descuartizar cetáceos, también nos cuenta muchas barrabasadas sobre su conducta en el agua.

"No recuerdo quién decía que si teníamos una civilización incapaz de cualquier creación mítica, también la tendríamos incapaz de cualquier invención científica."

Yo diría aún más. Una civilización incapaz de cualquier creación mítica es un oxímoron.

Tay dijo...

Me ha encantado la entrada, muy de acuerdo respecto a la necesidad por conocer la ciencia "pasada".