lunes, noviembre 04, 2013

Ontogenia de la prosocialidad

Los seres humanos somos animales cooperativos. En general, somos más cooperativos que otros primates, aunque existen importantes diferencias entre los individuos pertenecientes a diferentes culturas y, seguramente, también entre los de unas épocas históricas y otras. Aún hoy no somos capaces de determinar si el comportamiento cooperativo, o prosocial, es simplemente consecuencia del parentesco y de la expectativa de reciprocidad o si, además de esos dos, actúan otros factores.

En los últimos años se ha desarrollado una corriente de pensamiento según la cual, la evolución humana es el resultado de una interacción entre mecanismos de naturaleza genética y elementos de naturaleza cultural. Es lo que se conoce como coevolución genético-cultural; en virtud de esa coevolución, los mecanismos de transmisión genética y de transmisión cultural interaccionan dando lugar a la adopción y extensión, en dominios muy diferentes, de rasgos con valor adaptativo. En lo relativo a la prosocialidad, que es el asunto que nos ocupa aquí, la transmisión cultural en el seno de grupos humanos sería un mecanismo fundamental en la adopción por sus integrantes de las normas sociales de las que depende el comportamiento cooperativo. Los modelos matemáticos desarrollados en el marco de la noción de la coevolución genético-cultural, predicen que las diferencias de comportamiento prosocial entre grupos humanos han de ser más pronunciadas cuanto mayores son los costes de la cooperación, y que esas diferencias han de aparecer conforme los niños adquieren las normas en sus respectivas comunidades. Por esa razón, la ontogenia de la prosocialidad ha adquirido una especial importancia como objeto de estudio. Cuando aludimos a ontogenia, nos referimos a la variación que ocurre a lo largo de la vida del individuo (normalmente de su morfología o estructura), y suele utilizarse en contraste con filogenia, que describe la historia evolutiva de un grupo de individuos. Ontogenia es un término procedente de la biología del desarrollo, y aquí se utiliza haciendo una extensión de su campo semántico al ámbito del comportamiento.

Las predicciones de los modelos de coevolución genético-cultural han sido sometidas a contraste por parte de un equipo de investigación que ha estudiado experimentalmente grupos de individuos de diferentes edades (entre 3 y 14 años, y también adultos) pertenecientes a seis sociedades humanas muy diferentes unas de otras. Los grupos humanos investigados eran los siguientes: urbanitas de Los Ángeles (EEUU); horticultores y recolectores marinos de la Isla Yasawa (Islas Fiji); cazadores-recolectores Aka (República Centroafricana); pastores y horticultores Himba (Namibia); horticultores Shuar (Ecuador); y cazadores-recolectores Martu (Australia). Los experimentos consistieron en la realización de juegos similares a algunos de los desarrollados en el marco de la teoría de juegos, aunque no los describiremos aquí (se pueden consultar en la referencia original).

El estudio indicó que los niños de menor edad (entre 4 y 6 años) presentan comportamientos prosociales muy similares en las diferentes sociedades estudiadas. Dado que el aprendizaje social modela el comportamiento infantil ya desde muy temprano, el hecho de que haya mínimas diferencias entre los niños más pequeños de distintas culturas quiere decir que no es el aprendizaje social temprano el que determina las diferencias que se observan posteriormente entre culturas, sino que esas diferencias han de tener su origen en periodos vitales posteriores.

Efectivamente, la prosocialidad empieza a divergir entre poblaciones (entre culturas) a partir de 6-7 años de edad , y las diferencias se van afianzando durante lo que se considera la infancia media, esto es, desde los 6-7 años y hasta la madurez sexual. Esto sugiere que los muchachos de esas edades empiezan a ser sensibles a la información propia de cada sociedad acerca de la forma de comportarse en situaciones de cooperación costosa. No resulta en absoluto sorprendente que el intervalo de edades en que se produce la divergencia sea, precisamente, un periodo clave para nuestro desarrollo cognitivo, ya que es en el que los niños se incorporan a la comunidad cultural más amplia a la que pertenece su familia. Por eso, se trata de un periodo especialmente importante desde el punto de vista de la acomodación o adaptación a las normas sociales locales.

Por último, merece la pena destacar que el comportamiento prosocial que se va diferenciando entre muchachos de distintas culturas a partir de los 6-7 años es, sobre todo, el que conlleva costes. Se trata de una observación acorde a las predicciones de los modelos de coevolución genético-cultural que se han citado antes, en el sentido de que las normas sociales e institucionales ejercen una mayor influencia cuando el comportamiento beneficioso para el grupo es costoso y, por lo tanto, más difícil de mantener.

En conclusión, el trabajo de investigación que hemos glosado en esta anotación pone de manifiesto la existencia de desarrollos diversos del comportamiento prosocial dependiendo del contexto cultural en el que se desenvuelven los niños y adolescentes. Los comportamientos cooperativos que conllevan costes empiezan a divergir a partir de los 6-7 años de edad, y esa divergencia es la que se acaba manifestando en las edades adultas. Por lo tanto, no cabe considerar un único modelo de desarrollo ontogenético de la prosocialidad en nuestra especie, sino que resulta ser muy dependiente del contexto cultural.

Fuente: B. R. House, J. B. Silk, J. Henrich, H. C. Barrett, B. A. Scelza, A. H. Boyette, B. S. Hewlett, R. McElreath y S. Laurence (2013): Ontogeny of prosocial behavior across diverse societies. PNAS 110 (36): 14586-14591

1 comentario:

Germánico dijo...

Es un estudio bastante interesante y significativo.

Yo diría que desde el punto de vista del gen egoísta, para el organismo humano en desarrollo el medio ambiente es en gran medida su sociedad, por lo que a lo que ha de adaptarse es a la misma. Por tanto su fenotipo comportamental será moldeado con la interacción genética con su medio. El hecho de que apenas se haya apreciado influencia en el desarrollo cognitivo y comportamental de niños menores de 6 años refuerza la idea de que, hasta esa edad, el programa genético determina pautas universales: aprender a andar, desarrollar el lenguaje (sea el que sea), reconocer caras y buscar estimulación social...y un larguísimo etcétera.