Antonio Javier Dieguez Lucena es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga. Ha sido visiting scholar en las universidades de Helsinki y Harvard y se dedica actualmente al campo de la Filosofía de la Biología, en particular a cuestiones relacionadas con la Epistemología Evolucionista. Es autor de varios libros, Realismo científico (1998), Filosofía de la Ciencia ( 2005), La evolución del conocimiento. De la mente animal a la mente humana ( 2011) y La vida bajo escrutinio. Una introducción a la Filosofía de la Biología ( 2013). La Filosofía de la Biología es una disciplina de origen relativamente reciente. Los primeros trabajos importantes comenzaron a publicarse en los años 70 y 80 del siglo pasado, ya que anteriormente a esas fechas decir Filosofía de la Ciencia era prácticamente lo mismo que decir Filosofía de la Física. Sin embargo, su importancia ha ido en aumento y en paralelo con la de las cuestiones biológicas en nuestra vida, que han desplazado en el interés del público y de los autores a los temas provenientes del mundo de la Física. Cada vez está más aceptado que la Biología es una ciencia particular que presenta diferencias con sus hermanas, la Física y la Química, pero que esto no implica que carezca de rigor, ni que no sea una ciencia madura desde el punto de vista metodológico y epistemológico
Es precisamente sobre algunos de los temas tratados en este último libro sobre los que hemos focalizado la entrevista. Dentro del amplio campo de la Biología, el libro se centra especialmente en la Teoría de la Evolución de Darwin y aborda preguntas y cuestiones de gran interés, no resueltas la mayoría de ellas: las críticas al darwinismo, la definición de vida, la existencia o no de leyes en Biología, el concepto de especie, el problema de las unidades de la selección, el concepto de gen, o la existencia de una naturaleza humana. Lógicamente, no podemos esperar respuestas a todas ellas pero el libro nos ayuda a entender mejor las preguntas, a centrar e informar los debates y a aclarar todo lo que no sabemos, lo cual es una aportación meritoria. Agradecemos al Dr. Dieguez la amabilidad con la que nos ha atendido.
1- Leyendo su exposición de las críticas al darwinismo no he podido evitar tener la sensación de que la gente tiene unas ganas enormes de tumbar el darwinismo (puede ser subjetivo, claro). ¿Que alguien encuentra que algunos cambios son menos graduales de lo que decía Darwin? Conclusión: el darwinismo es erróneo. ¿Que la Evo-Devo encuentra que mutaciones en genes que gobiernan el desarrollo del embrión pueden tener grandes efectos? Conclusión: el darwinismo es erróneo, etc, etc. Por supuesto, toda teoría científica está ahí para ser atacada, y precisamente en eso consiste la ciencia, pero también podemos sacar algunas conclusiones de la forma en que se ataca a unas y otras, ¿no? Mi impresión es que el darvinismo nos molesta y nos hiere profundamente.
El darwinismo, en efecto, es una teoría científica sometida a una crítica externa y a un rechazo social por parte de ciertos sectores ideológicos que es bastante peculiar. Ninguna otra teoría científica, al menos desde el caso Galileo, había despertado una reacción semejante. Esto se debe a que muchas personas perciben (si erróneamente o no, eso es otra cuestión que exigiría una discusión matizada) que dicha teoría choca frontalmente con sus ideas religiosas o con su concepción del ser humano. Creen que el darwinismo deja sin papel alguno a Dios, que despoja al ser humano de su condición privilegiada entre los demás seres vivos y que mina las bases de todo comportamiento moral. Creen, en definitiva, que el darwinismo conduce al ateísmo y que se presenta como un rival explícito de las creencias religiosas. No es de extrañar, pues, que en muchos lugares del mundo en los que la religión tiene un gran peso político, como en los Estados Unidos, diversos movimientos sociales e incluso personas o instituciones poderosas se opongan directamente a la enseñanza de la teoría de la evolución en las escuelas y utilicen los medios de comunicación bajo su control para dar una imagen caricaturesca de la teoría de la evolución, como si fuera una teoría obviamente falsa, o carente de evidencias en su favor, o ya superada por la propia ciencia. Por esta razón, cuando se tropieza uno con críticas genéricas de este tipo al darwinismo, conviene cerciorarse de la fuente de la que parten dichas críticas, porque en muchas ocasiones encontraremos tras ellas a grupos ideológicos defensores de una interpretación fundamentalista de la religión que no tienen demasiado interés en el debate propiamente científico.
No obstante, todo ello debe ser distinguido con sumo cuidado (cosa que no siempre se hace) de las objeciones científicas que la teoría de Darwin, como cualquier otra teoría científica, ha recibido y seguirá recibiendo. Estas críticas son saludables y contribuyen al avance de la ciencia. No hay por qué suponer que una teoría científica, incluso una tan bien conformada como la teoría de la evolución, debe tener una validez eterna. Las teorías científicas son abandonadas una vez que han sido superadas por otras mejores, como ha ocurrido a lo largo de toda la historia de la ciencia. Precisamente, en la efectividad para realizar dichos cambios se basa el progreso científico. Si algún día disponemos de una explicación mejor de la evolución biológica que la proporcionada por la Teoría Sintética de la Evolución, esto es, por la versión actual del darwinismo, lo razonable y lo deseable es que esas nuevas ideas sean aceptadas cuanto antes. Nadie espera, sin embargo, en biología que alguna vez se muestre que la idea de la selección natural es completamente falsa. Lo que sí está ocurriendo es que su papel en el proceso evolutivo es cada vez mejor conocido y, en ese proceso de aumento de nuestro conocimiento, se empiezan a descubrir otros mecanismos capaces de generar novedad evolutiva de una forma más rápida y más radical de la que son capaces habitualmente los mecanismos estrictamente darwinistas de mutación gradual, recombinación, selección natural o deriva genética. Por eso, algunos autores hablan de la necesidad de una Síntesis Ampliada, es decir, de la incorporación e integración teórica de estos nuevos descubrimientos proporcionados por disciplinas diversas –y entre ellas destaca la biología evolutiva del desarrollo (Evo-Devo)–. En qué medida estos descubrimientos sean plenamente compatibles con todos los elementos centrales de la Teoría Sintética es algo que está por dilucidar. Lo más probable es que tengamos que abandonar pronto algunas ideas que parecían bien arraigadas o empezar a abandonar ciertos enfoques. Es muy posible que se haya puesto demasiado énfasis en los cambios genéticos y que se hayan minusvalorado aspectos como los cambios en los procesos regulatorios, el papel de las constricciones, el de la plasticidad fenotípica o el de la modularidad. Pero –repito– en eso consiste el progreso científico.
2- En el capítulo sobre explicaciones funcionales no aparecen las cuatro preguntas de Tinbergen pero sí las cuatro funciones de Wouters, que son muy parecidas. ¿Hay alguna razón filosófica para ello?
No. Sencillamente el trabajo de Arno Wouters es más reciente y está más relacionado con la discusión en su estado actual. Las cuatro preguntas de Tinbergen, por otra parte, se refieren a cuatro formas posibles de explicación en biología, mientras que el trabajo de Wouters hace un análisis más detallado de las explicaciones funcionales, que son las que me interesaban en ese capítulo de mi libro.
3- Ernst Mayr en “What evolution is” explica que, en realidad, la teoría de la selección natural de Darwin es un proceso de eliminación. Usted comenta este asunto de pasada en su libro. Parece un matiz semántico pero no es lo mismo seleccionar a los más aptos que eliminar a los menos aptos. No es lo mismo seleccionar al 10% “mejor” de la población que eliminar al 10% “peor”. En el segundo caso el 90% de la población pasa el corte. ¿Está de acuerdo con Mayr?
Mayr tiene razón en que la selección natural es básicamente un proceso de eliminación. El hecho de que sea “eliminado” –es decir, el hecho de que no se reproduzca y deje descendientes fértiles en las siguientes generaciones– el 90% o el 10% de los individuos de una población no establece una diferencia sustancial en este proceso, sólo indica la dureza de las “presiones selectivas” en curso (aunque esta sea una expresión que a Mayr no le guste demasiado). En el primer caso, tendremos menos variedad genética en las siguientes generaciones y en el segundo habrá más variedad. Esto sí que puede marcar diferencias significativas en el proceso evolutivo de una población.
Ahora bien, en mi opinión, el que la selección natural sea un proceso de eliminación no debe interpretarse, como se ha hecho a veces, en el sentido de que carece de cualquier poder creativo. Como han argumentado convincentemente Francisco J. Ayala y Karen Neander entre otros autores, la acción acumulativa de ese proceso de eliminación favorece nuevas combinaciones genéticas, que de otro modo serían muy improbables, y nuevas interacciones entre los genes, que pueden dar lugar a innovaciones evolutivas. En otras palabras, la selección natural genera condiciones nuevas en el acervo genético de una población sobre las cuales la selección vuelve a actuar de forma recurrente, facilitando así la aparición de rasgos que solo pueden surgir a partir de las combinaciones obtenidas tras esta acción iterativa. Es muy posible que esta sea una fuente de innovación no tan importante como hasta ahora se había pensado. Como señalé antes, los estudios en el campo de evo-devo están mostrando la existencia de fuentes de innovación más espectaculares, pero creo que no debe dársele un papel meramente negativo.
4- Se lee en muchos sitios (yo lo he leído recientemente en Jonathan Haid y en Christopher Boehm) que para explicar el altruismo hay que recurrir a la selección de grupo. Sin embargo, parece que la selección intragrupo puede hacer mucho por explicar el altruismo y la cooperación. Si en una sociedad de cazadores-recolectores yo no comparto mi caza, los demás me condenarán al ostracismo y voy a tener muy difícil hacer copias de mis genes, mientras que los cooperadores sí harán copias de los suyos. Por otro lado, experimentos clásicos como los de Masserman con monos Rhesus (los monos prefieren pasar hambre que comer si eso supone una descarga eléctrica para un compañero) demuestran que existe cierto grado de altruismo en monos y primates no-humanos (incluso hay estudios en ratas…), y no parece que en ellos haya podido surgir por guerras entre grupos… (aunque también las hay, por ejemplo en chimpancés).
No hay una explicación única y omniabarcante del origen evolutivo de la conducta altruista. Disponemos de varias, y todas ellas presentan algún tipo de limitación. Hay, por otra parte, varios tipos de altruismo en sentido biológico (altruismo entre parientes, altruismo recíproco, altruismo entre individuos no emparentados) y es posible que cada uno de estos tipos de conducta requiera explicaciones distintas. Por lo que se sabe, la selección de grupos podría explicar, en unas condiciones muy concretas, que la conducta altruista se convierta en una estrategia evolutivamente estable. Pero, dado que estas condiciones necesarias son relativamente raras, no hay ni mucho menos que descartar otras explicaciones alternativas. Al contrario, la selección génica puede por el momento explicar con más facilidad ciertas conductas altruistas, como la que se da entre individuos emparentados. De hecho, la selección de parientes (kin selection) es la explicación más aceptada del origen de la conducta altruista, al menos dentro de grupos pequeños que comparten muchos genes. En cuanto al ejemplo señalado en la pregunta del cazador generoso, ha sido explicado también como efecto de la selección sexual a través de la teoría de la señalización y el principio del hándicap: un cazador generoso es como un pavo real con una cola muy vistosa, se hace atractivo para las hembras por ser capaz de sobrevivir a pesar de llevar sobre sí una pesada carga. Se manifiesta así como una mejor pareja reproductiva.
En todo caso, los experimentos realizados basándose en el uso de estrategias analizables mediante teoría de juegos muestran que en nuestra especie hay una tendencia inicial a comportamientos cooperativos y que, a la larga, un comportamiento cooperativo que sólo se torna egoísta si el otro actúa de forma egoísta, pero que mantiene una cierta tendencia a perdonar en ocasiones el egoísmo del otro, es el que termina produciendo mejores resultados. Esto podría explicar la conducta altruista entre individuos no emparentados. El primatólogo Michael Tomasello considera que una diferencia muy significativa entre nuestra especie y otras especies de primates es la inclinación a la cooperación desinteresada, que no busca una compensación ulterior ni se centra sólo en los individuos genéticamente emparentados, sino que mueve a una colaboración espontánea en la realización de tareas conjuntas, de modo que los demás son vistos entonces como unidos por un ‘nosotros’. Entre los otros primates encontramos conductas altruistas y cooperativas, pero casi siempre basadas en el parentesco o en la reciprocidad.
5- En este problema de la selección de grupo y de la unidad sobre la que actúa la selección, Dawkins insiste en que no hay más replicantes que los genes (si hay replicantes a niveles más altos es discutible, desde luego el individuo no es un replicante). Pero el mismo Dawkins se olvida de que no son los genes lo único que pasamos a nuestra descendencia. Les pasamos también (la madre les pasa) una célula, una maquinaria celular completa. Los genes, al igual que los virus, no pueden vivir por sí mismos, no pueden hacer nada sin esa maquinaria. ¿Le parece que este hecho ha recibido la consideración que merece?
En la actualidad creo que sí, que está finalmente recibiendo la atención que merece. Los aspectos epigéneticos heredables que intervienen en la expresión de los genes se han convertido en un tema central de investigación biológica. La epigenética está proporcionando desde hace unos años resultados sorprendentes. Son muchos los factores epigenéticos que intervienen en la regulación de la expresión de los genes, adquiriendo así un papel fundamental en el desarrollo de los organismos y también en la aparición de enfermedades como el cáncer. Por otra parte, el punto de vista del ser vivo centrado en los genes ha recibido críticas desde diversas posiciones filosóficas, y en particular, desde la Teoría de los Sistemas en Desarrollo, defendida por Susan Oyama, entre otros. Desde los planteamientos de estos autores, la información necesaria para la construcción de un organismo no está contenida exclusivamente en los genes, también está contenida en los factores ambientales, y ni siquiera debe atribuirse a los genes algún tipo de privilegio causal en este proceso. De ahí que ellos hablen de una “democracia causal” en el desarrollo de los organismos dentro de la cual los genes juegan solo un papel, ni más central ni más decisivo que otros factores causales proporcionados por el entorno molecular e incluso por el entorno medioambiental. Con independencia de que se quiera aceptar o no esta propuesta en toda su radicalidad, me parece un indicio claro de cómo el papel de los genes está siendo profundamente revisado.
6- Cuando habla de las críticas a la Psicología Evolucionista y la Sociobiología aparece el miedo al determinismo genético. ¿Por qué cree que nos da tanto miedo el determinismo genético y no el ambiental? Es absurdo hacer números sobre estas cuestiones pero la idea de que el hombre es una tabla rasa y que podemos diseñar un hombre nuevo, etc., condujo el siglo pasado a unas barbaridades tan atroces como las de la eugenesia…
Es bien conocido que el rechazo frontal al determinismo genético y la comprensión que, sin embargo, ha despertado durante mucho tiempo el determinismo ambiental obedece en buena medida a razones ideológicas. El determinismo genético se identificaba con posiciones políticas reaccionarias mientras que el determinismo ambiental se consideraba la posición correcta desde posiciones progresistas. En la actualidad, por fortuna, el debate está mucho menos sesgado ideológicamente y se cuenta con muchos más datos empíricos para sustentar los argumentos. Hoy se asume de forma bastante general que tanto el determinismo genético como el ambiental, entendidos como posturas con pretensiones exclusivistas en la interpretación de la conducta humana, son ideas erróneas. Hay pocas cosas que estén determinadas por los genes (incluso algunas enfermedades debidas a mutaciones genéticas, como la fenilcetonuria, pueden no desarrollarse con un cambio adecuado de ambiente, en este caso la dieta). Los genes interactúan necesariamente y de formas complejas con el ambiente, incluyendo a otros genes en dicho ambiente. Y, además, hay muchos rasgos cuya forma final no viene genéticamente codificada. Quizás haya más cosas determinadas por el ambiente (los gustos culinarios, por ejemplo, o el idioma que se habla con más soltura), pero reconocer eso no debe llevar al extremo de desdeñar cualquier intento de encontrar una base biológica o una explicación evolutiva de la conducta social en los seres humanos. Las veleidades especulativas en las que incurrió la sociobiología no pueden servir para tirar por la borda un enfoque que resulta fructífero cuando lo aplicamos con rigor a otras especies sociales distintas al ser humano. Eso sería tanto como creer que la conducta social humana es algo caído del cielo, o una construcción montada sobre el vacío. No somos ni una tabla rasa ni un autómata controlado por sus genes. Qué seamos en realidad entre esos dos extremos es lo que hay que averiguar mediante investigación empírica, y los resultados pueden variar mucho en función de los rasgos considerados. Pero, en todo caso, nadie puede ignorar ya que, tomando como base teórica a la biología, cabe una explicación científicamente adecuada de muchos aspectos de nuestra cultura.
7- En qué ha cambiado la filosofía como consecuencia de la Teoría de la Selección Natural? ¿Hay un antes y después de Darwin en filosofía? ¿Debería haberlo?
El darwinismo ha tardado en ser incorporado plenamente a la reflexión filosófica, aunque hubo filósofos que vieron muy tempranamente su importancia, como fue el caso de Spencer, de Bergson, de Peirce, pero, sobre todo, de Nietzsche y Dewey. También dio lugar, desafortunadamente, al llamado “darwinismo social”, promovido entre otros por Francis Galton, primo de Darwin.
Pero es quizás en las últimas décadas del siglo XX cuando empieza a percibirse con claridad todo su potencial filosófico, especialmente para la epistemología, la ética, la metafísica y la antropología. La epistemología evolucionista y la ética evolucionista son campos que han desplegado una intensa actividad en los últimos años. La primera está contribuyendo a arrojar luz sobre viejas cuestiones epistemológicas tomando como base lo que la biología evolucionista puede decirnos ya (muy poco aún, hay que reconocerlo) sobre el origen de nuestras capacidades cognitivas, así como lo que la primatología y los estudios sobre cognición animal pueden decirnos sobre sus similitudes y diferencias con las capacidades cognitivas de otras especies filogenéticamente cercanas a la nuestra. La segunda está mostrando cómo explicar nuestro comportamiento moral desde posiciones estrictamente naturalistas, sin necesidad de recurrir a fundamentaciones religiosas o a un realismo moral poco plausible.
No obstante, el efecto más profundo del darwinismo sobre la filosofía ha consistido en mostrar que el ser humano es un producto de la evolución, descendiente de especies animales ya extintas, y emparentado con todos los seres vivos que pueblan y han poblado este planeta. El naturalismo filosófico y la desestimación de cualquier teleología cósmica son consecuencias que parecen ineludibles una vez asumido este mensaje, y ello tiene enormes repercusiones en la antropología y en la metafísica. Éste es un mensaje que para muchos ha resultado sumamente desazonador, pero que para otros está lleno de grandeza, como lo estaba para el propio Darwin.
8- ¿Cuál es su opinión sobre las relaciones entre Filosofía y Ciencia? Supongo que habrá seguido la polémica desatada por Steven Pinker en New Republic sobre las relaciones entre las Humanidades (entre ellas la Filosofía) y la Ciencia, y también es un hecho que cada vez hay más autores con formación, o con intereses, en ambas disciplinas (Dennett, Pigliucci, Churchland…) ¿Son los científicos lo que tienen que estudiar filosofía o los filósofos los que tienen que estudiar ciencia?
He seguido esa polémica en concreto y suelo estar atento a este tipo de discusiones, que surgen de forma recurrente, porque es un asunto que me interesa mucho desde que era un estudiante de filosofía. El famoso ‘caso Sokal’ ha sido quizás el episodio más sonado en los últimos años. Creo que es un grave error profundizar la separación entre las llamadas “dos culturas”, la científica y la humanísitica. Los que trabajamos en zonas fronterizas, como los filósofos de la ciencia, no tenemos en general la percepción de que esa separación entre ámbitos culturales enfrentados obedezca a causas epistémicas o metodológicas rigurosas. Más bien tendemos a creer que se trata de una separación con raíces históricas, económicas y sociológicas profundas, que la explican, pero no la justifican –aunque puedan señalarse también algunas razones de tipo epistemológico. Muy posiblemente, si en el siglo XIX se hubieran tomado decisiones diferentes en la constitución de los modelos universitarios que son los prevalecientes aun hoy en día, esa separación no sería tan marcada. Puesto que en mis trabajos he defendido el naturalismo filosófico, para mí es bastante obvio que los filósofos no pueden desconocer las ideas fundamentales de la ciencia contemporánea si es que quieren que sus análisis tengan alguna relevancia para los problemas a los que se enfrentan las sociedades actuales, pero asimismo lo es que los científicos deben conocer las ideas fundamentales de la filosofía si es que quieren evitar posiciones epistemológicas y metafísicas ingenuas abandonadas o hace tiempo por razones de peso, y también –por qué no decirlo–, si quieren tener una comprensión más articulada y compleja del mundo en el que viven, incluyendo una mejor comprensión del papel de las ciencias. Me produce bastante desazón por todo ello la actitud hipercrítica, cuando no directamente hostil, hacia la ciencia que exhibe cierto sector de la filosofía contemporánea, al igual que me inquieta la actitud despreciativa hacia la filosofía que manifiestan abiertamente científicos como Steven Weinberg, Edwuard O. Wilson o Stephen Hawking y otros que se encuadran a sí mismos bajo el rótulo engañoso de “tercera cultura”.
2 comentarios:
Genial. Me ha gustado especialmente el segundo párrafo de la respuesta a la primera pregunta. "En eso consiste el progreso científico", pero no suele ser el autor de una teoría ampliamente aceptada o uno de sus campeones quien después la pone en jaque. Ya quisiera, porque refutarse a uno mismo pinta bien, pero si es otro quien señala el error, tu prestigio queda grávemente disminuido. En cuanto a la legión de seguidores, su resistencia a abandonar por obsoletas partes muy importantes de la teoría sintética, obedece sobre todo a la forma en que el reduccionismo genético se ajusta a sus preferencias epistemológicas y metafísicas.
otro intento desesperado de un darwinista anticuado por salvar el darwinismo. El darwinismo murió hace 70 años cuando se descubrio el genoma y ahora todos los avances en biología los trae la genética, que no se parece en nada al darwinismo, pero este autor todavía no se ha enterado.
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