En su libro The Story of the Human Body, Daniel LIberman habla de las adaptaciones que permitieron al ser humano caminar largas distancias sin recalentarse. Una de ellas es simplemente la bipedestación: caminar erguido disminuye la superficie corporal que exponemos directamente a los rayos de sol. Otra adaptación es la altura. Un cuerpo más alargado y de largas extremidades ayuda a eliminar calor por medio de otra de nuestras adaptaciones para resistir las altas temperaturas: las glándulas sudoríparas, ya que cuando el sudor se evapora enfría la piel. Por esta razón, las poblaciones que evolucionaron en climas cálidos han sido seleccionadas para tener largas superficies corporales, altura, largas extremidades y ser más delgados que poblaciones adaptadas a climas más fríos (sólo tenemos que ver las diferencias entre un alto Tutsi y un Inuit).
Pero dedica también un párrafo a otra peculiar adaptación de nuestra especie, de la que no somos conscientes, y que no consideramos que sea tan especial, y que como curiosidad comento aquí. Esa adaptación que, al parecer, heredamos de los tempranos Homo para mantenernos refrescados mientras caminamos es nuestra nariz proyectada hacia afuera. Los registros de caras de australopitecos muestran que sus narices eran planas, como las de los simios y otros mamíferos. A lo largo del tiempo, nuestra especie perdió el hocico pero desarrollamos por contra una protuberante nariz. Los fósiles de H. habilis y H. erectus indican la presencia de una nariz similar a la nuestra que salía de la cara. ¿Cuál sería el origen de la evolución de nuestra especial nariz?
La explicación parece estar en el papel que juega nuestra llamativa nariz en la termoregulación al generar turbulencias en el aire que inhalamos a través de ella. Cuando un simio o un perro respira a través de la nariz el aire fluye en línea recta desde los orificios nasales hacia el interior. Pero cuando los humanos inhalamos por nuestra complicada nariz, el aire hace un giro de 90 grados y va por ciertas estructuras como los cornetes y otras hacia la nasofaringe. Estas características diferenciales hacen que el aire forme unos remolinos. Aunque estas turbulencias hacen que el pulmón trabaje algo más, aumentan el contacto del aire con las membranas mucosas del interior de la nariz. El moco contiene agua de manera que cuando el aire fluye de esta manera, las turbulencias aumentan la capacidad de la nariz de humidificar el aire. Esta humificación es importante porque el aire inhalado necesita ser saturado con agua para impedir que se sequen los pulmones. Y estas turbulencias también ayudan a recapturar la humedad cuando exhalamos.
En definitiva, la evolución de nuestras largas narices (en unas poblaciones y personas más que en otras) que se inició en los primeros Homo es una evidencia de selección para caminar largas distancias en condiciones de sequedad y calor sin deshidratarnos y sin recalentarnos.
@pitiklinov
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