"Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa". fragmento de rezo para el perdón de los pecados de la Iglesia Católica.
Debo confesar, no sin cierto rubor, que me siento un impostor. Y no, no me entiendan mal, no digo que lo sea, sino que siento que lo soy. ¿Basta mi testimonio subjetivo para dar validez a mi creencia? Supongo que no.
Con el triunfo de la ciencia y la tecnología a lo largo de los dos últimos siglos se ha producido un curioso fenómeno paralelo (aunque a todas luces, y más a la de la evolución, inevitable) de prácticas e ideas fraudulentas que, rizando el rizo del engaño, han mimetizado a la ciencia, se han puesto, por decirlo de alguna manera, su bata blanca, a modo de disfraz, para embaucar mejor a las potenciales presas y escapar al radar de los potenciales depredadores en el entorno social. Si, hablamos de pseudociencias. Basta poner un rato los anuncios de la televisión para encontrar productos y servicios presuntamente avalados por la ciencia que, de hecho, no lo están. Pueden usar la fórmula, tan clásica en la publicidad y propaganda de decir un porcentaje de verdad y otro de mentira para que el mensaje transmitido parezca veraz. La cuestión es que la parte de verdad sea contrastable y la de mentira nos toque la fibra sensible o nos parezca demasiado intrincada y,en fin, ¿para qué andar comprobando? Es buena.
Quizás el mayor logro de esta pseudociencia como auténtico experimento de ingeniería social sean el postmodernismo y todos sus hijos bastardos. Este ha medrado en las llamadas "ciencias sociales". Las ciencias sociales son, por su propia naturaleza, por la naturaleza de lo que estudian, fácilmente parasitables por ideas posmodernas.
Alan David Sokal, físico y matemático, ya puso en evidencia de un modo ingenioso a los postmodernos enviando un artículo absolutamente absurdo sin base científica alguna pero lleno de palabras y frases propias de la jerga científica del campo de la física (el suyo), a una publicación de cierta relevancia entre los postmodernos, con el muy significativo nombre de "Social Text". Pasó todos los filtros, todas las "revisiones" de pares......era una parida que encajaba con todas las demás de la revista.
Después se limitó a decir que el artículo que había enviado era un galimatías deliberado. Con el tiempo escribió junto con un colega un libro sobre este y otros asuntos relacionados titulado "Imposturas Intelectuales".
Ciertamente hay gente que se considera impostora, del mismo modo que hay gente que a todas luces lo es, abiertamente (si, también a la luz de la evolución). Y la diferencia no deja de ser importante, porque sentirse impostor, sentir que proyectas una imagen de inteligencia, competencia, capacidad etc...que no se corresponde con lo que realmente eres, y sentirlo de modo que te quedas abatido y vacío de autoestima, es ciertamente un ejercicio de honestidad total con uno mismo.
Los que son impostores profesionales, o por naturaleza, o porque ellos lo valen, pueden apoyarse en que ellos son los mejores y punto. Sus fines justifican sus medios, y sus fines no son ni el conocimiento ni el emprendimiento, sino obtener ganancias de algún tipo (ya sea crédito social, financiero...). Y también pueden estar encerrados en el autoengaño del llamado Efecto Dunning-Kruger, sobrees-timándose...si, timan a los demás pero también se timan a si mismo para salvar a su ego menguante.
¿Cuándo aparece el Síndrome del Impostor en nuestras vidas? Bueno, en la de cada individuo, y lo denomine como lo denomine, puede que a edad temprana, y estará vinculado probablemente a una personalidad ansiosa, quizás a una tendencia a lo obsesivo-compulsivo, al perfeccionismo etc. No soy yo el psiquiatra que pueda determinar en qué recoveco o circunvalación de mi cerebro y mi mente se aloja el circuito repetitivo del pensamiento/sentimiento "yo no lo valgo, se engañan". Pero como concepto de estudio científico, si acudimos a la wikipedia, esa enciclopedia en ocasiones ciclópea, pero que en general tiene un gran campo visual y profundidad de miras, el Síndrome del Impostor apareció en el año 1978 traído por dos Doctoras que evaluaron a una serie de pacientes femeninas que habían tenido éxito profesional pero por algún extraño motivo sentían que todo era un gran fraude.
Así que si, el síndrome del impostor comenzó siendo, de algún modo, el síndrome de la impostora, básicamente por los sujetos de estudio. Pero según se profundizó en el asunto se fue comprobando que no se trataba de un fenómeno exclusivo de las mujeres. Las diferencias entre hombres y mujeres no son tantas como para que un síndrome con semejantes características, tan enraizado en nuestra mente social evolucionada, pudiera ser cosa de un sexo o predominantemente cosa de un sexo (o género, como prefieran llamarlo, por cuestiones lingüísticas no voy a discutir mucho).
Todos los seres humanos sociales (valga la redundancia) tenemos un autoconcepto, y también una capacidad de hacer en nuestro teatro de la consciencia una simulación de la mente de los demás. Podemos mirarnos en el espejo de los otros con neuronas espejo y luego en nuestro particular espejo de bolsillo marca Dorian Gray o Narciso y llegar a la conclusión de que hay diferencias significativas.
Pero a veces, como no pensamos en cabeza ajena, cometemos errores de juicio al creer que otros creen lo que nosotros creemos, o incluso pensar que saben lo que sabemos o, por el contrario, creer que saben más o menos que nosotros. El resultado siempre es que se multiplican los malentendidos.
Pero toda esta perorata viene a cuento de una lectura por encima de un artículo publicado en El Mundo. Realmente el titular me ha impactado.
Ciertamente...¿pero por qué la originaria denominación de Síndrome del Impostor ha pasado a ser, por arte de birlibirloque, Síndrome de la Impostora? De acuerdo, el término lo adoptaron unas mujeres tras un estudio de otras mujeres, pero en ningún momento consideraron que pudiese tratarse de un fenómeno exclusivamente femenino.
Bien es cierto que la incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral tras dos grandes guerras "heteropatriarcales" cargadas de explosiva testosterona y que casi destruyen el mundo, hizo que no entraran todas ellas con paso firme y cabeza en alto, que dudaran de si estaban a la altura de los machos alfalfa del mundo laboral pero....no es tan sencillo. La inseguridad y sensibilidad bases de este síndrome ya estaban ahí en el cerebro evolucionado de mujeres, hombres y viceversa. Y puede que las mujeres tuvieran una predisposición mayor a los juicios críticos hacia sí mismas, y que el nuevo contexto favoreciese la aparición de este desasosiego denominado como síndrome. Pero nada de esto tiene que ver con la llamada desigualdad de género ni con el feminismo hegemónico nacidos del cruce de postmodernismo con el feminismo clásico y un toque de gracia de Gramsci.
Estamos ante una nueva impostura intelectual, ante un nuevo fraude y un mal uso de la ciencia para consumidores de píldoras de autoayuda y felicidad. El Síndrome del Impostor NO TIENE SEXO. E impostor es, en esta denominación, una palabra de género neutro.
Por supuesto, sobra decirlo, todos los errores cometidos en este artículo son sólo míos, y se deben a que hablo de cosas de las que no sé lo suficiente, en las que no soy muy competente..y demás.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Tartufo o el Impostor. Moliere. |
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