martes, noviembre 08, 2022

El sexo de los ángeles (entrevista a José Errasti)

José Errasti

Nunca fue nuestro afán sembrar discordias o armar polémicas, menos aún con muecas y ademanes histriónicos, de ahí que nos hayamos dedicado durante tantos años a hablar de ciencia, es decir, del noble empeño humano por conocer y comprender los fenómenos de la naturaleza, paciente y circunspectamente. Sin embargo no somos tan ingenuos de creer que en el terreno presumiblemente aséptico de la ciencia no haya malas hierbas (sobre ello habla David G. Jara en su obra Ciencia Canalla), o que no existan encarnizadas disputas sobre cuestiones en las que no existe un consenso ni por aproximación, en las que los más eminentes Doctores se asesinan unos a otros, metafóricamente. De hecho la ciencia es una permanente revisión de sí misma, y la semilla de la disensión germina y puede terminar por ser el más elevado árbol del conocimiento si se abre paso a la luz.

Pero el mayor enemigo de la ciencia siempre será la obstinada ignorancia, la necedad prepotente, la imposición categórica de ideas monolíticas y las creencias en cosas demostrablemente falsas. 

La ciencia evolucionista y la de la naturaleza humana, que son las que aquí más interesan, están siendo atacadas sin ningún pudor por grupos de presión que tratan de imponer agendas ideológicas al resto de la sociedad. Para estos grupos todo es una lucha de poder y todo discurso es susceptible de ser convertido en pura narración dentro de una gran corriente de narrativas que desembocan en el océano del relativismo y el subjetivismo. Y eso incluye al discurso científico.

En el origen del evolucionismo moderno, Charles Darwin conocía bien a los enemigos que se iba a grangear con su hipótesis acerca de la explicación del misterio de los misterios: el origen de la vida y de las especies que la encarnan. 

El problema radicaba en que si hablaba de la vida y su desarrollo en el tiempo no era posible sacar de la ecuación al ser humano, y ello implicaba incluir nuestros más elevados ideales, nuestras mejores esencias y creaciones, dentro de la diversidad de expresiones de la vida en la tierra. La mente humana era la mente de un ser vivo que no estaba ni más ni menos vivo que cualquier otro ser. 

El cristianismo, bajo el signo de la cruz, debía anatemizar al evolucionismo darwiniano, a la idea misma de selección natural. Esto era así no tanto porque el ser humano fuera pariente del mono (aunque esta fuera un aspecto incómodo de aceptar) sino por las implicaciones que ello tenía sobre lo que era ser humano.

A pesar de la resistencia a las ideas científicas naturalistas estas terminaron por imponerse, al menos en los reductos del saber universal, las Universidades, permeando a la sociedad bien formada e informada. La biología, tocada con la varita de la evolución, era una ciencia exuberante, y no sólo por la variedad y originalidad de sus objetos de estudio, sino por su potencial para dar cuenta de un innumerable número de fenómenos que, sin ella, no tendrían sentido. El genetista y evolucionista Theodosius Dobzhansky llegó a afirmar : "Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución". Lo cual viene a ser un nada vivo, con su comportamiento o naturaleza, tiene sentido, o es explicable cabalmente si no es a la luz de la evolución. Y eso incluye al ser humano con su mente...y su cuerpo, biológicamente sexuado.

Hoy, en nombre del sexo y de la independencia de la mente humana de toda raíz biológica en lo que al sexo se refiere, han surgido voces que gritan, incluso desde los mismos púlpitos de las áreas de ciencias sociales de las Universidades (por ahí empezaron, de hecho), que el género (ya ponderaremos el significado preciso del término) se elige, y que el sexo biológico al nacer es como el sexo de los ángeles, algo no determinable y por tanto no determinante....porque lo que hay es una autodeterminación de género.


No hubieran querido tener que hablar de política José Errasti y Marino Pérez Álvarez, cuando escribieron conjuntamente la recientemente publicada obra Nadie Nace en un Cuerpo Equivocado. Pero estaban obligados, al combatir una ideología que sí es política, aunque se denomine mayestáticamente Teoría de Género, presumiéndose científica; combaten en nombre de la ciencia, pero también de los derechos y libertades en una sociedad democrática, lo cual les obliga a tomar un enfoque político, y no sólo científico "defensivo". 

Al final nos encontramos ante un enfrentamiento en las arenas sangrientas del Anfiteatro Posmoderno. Se han pasado tanto tiempo decostruyéndolo sus constructores, que ya no saben, desde un punto de vista intelectual, que es una construcción sólida y qué una ruina. Así que las equiparan. 

José Manuel Errasti, profesor de Psicología de la Universidad de Oviedo, y uno de los autores de este libro que era polémico ya antes de nacer y de haber sido siquiera concebido, ha conocido de primera mano lo que significa estar en el frente de una de las guerra culturales de nuestro tiempo. Pero persevera en su empeño, un empeño científico, un empeño por dilucidar la verdad "a la luz de la evolución" y defender la naturaleza humana de sus nuevos e insólitos enemigos.

Ha tenido la inmensa amabilidad de responder unas preguntas para La Nueva Ilustración Evolucionista.


1.- En un artículo, que recientemente tradujimos al castellano aquí, sobre el test de personalidad de Myers-Briggs, el psicólogo evolucionista Laith Al-Shawaf, argumentaba que no podían encajonarse las personalidades humanas en tipos fijos, dado que la personalidad es resultado del continuo de una serie de rasgos, y nadie es exactamente igual a cualquier otro. Desde la denominada teoría de género argumentan lo mismo sobre el sexo:  no hay dos "tipos fijos", y la sexualidad es un continuo. Pero, como dice Steven Pinker: "Reality always reasserts itself", y la realidad es que hay sólo dos sexos. ¿Cómo explicar lo evidente?


Recurriendo a la función del sexo. Tenemos que ser darwinistas. A partir de Darwin entendemos que los fenómenos biológicos sólo se entienden a la luz de la evolución. No son caprichosos ni aleatorios. No están ahí porque sí. Y la función filogenética del sexo es la reproducción. Hasta ahora nadie ha discutido que la especie humana es reproductivamente binaria —ojo, lo que es binaria es la especie, no los individuos—. ¿Cómo se entendería un sexo no binario como base de una reproducción binaria?

Por supuesto que el aparato reproductor, como los demás aparatos del cuerpo humano, presenta ocasionalmente anomalías, que pueden ser genéticas o no. Alrededor de una cada coinco mil personas presentan un grupo amplio de variantes que denominamos “intersexualidad”. No es un nombre acertado, porque estas variantes no están entre los sexos. Son variantes de mujeres o de varones, que no permiten ser colocadas a lo largo de un continuo que tuviera a las mujeres y los varones prototípicos en los extremos. Una mujer con síndrome de Turner no es un 80% mujer y un 20% varón. Es una mujer. No hay mujeres más mujeres que otras mujeres, y lo mismo se puede decir de los varones.

La falta de pigmentación en la piel en las personas que habitan latitudes muy altas es adaptativa. La falta de pigmentación en la piel de las personas que padecen albinismo no lo es. Es la ausencia de funcionalidad adaptativa lo que nos permite considerar a algunos fenómenos como anomalías. Es un juicio biológico, no moral. En su empeño anticientífico por convertir al sexo en una parodia del género, la ideología queer pretende aplicar al sexo la lógica continua y multidimensional del estereotipo sexual, del género. Pero los fenómenos gobernados por su función biológica no tienen la misma naturaleza que los fenómenos gobernados por su función social.


2.- Otra cuestión es la del género donde existe una tremenda confusión hasta el punto de plantearnos si este concepto sirve para algo. El término género tiene al menos 3 significados: El primer uso es como sinónimo de sexo para referirse a masculino o femenino. El segundo uso, -roles o distinciones sociales o culturales que se adjudican o imponen desde el exterior (socialización, “Patriarcado”…) a cada sexo-,  no procede de textos feministas de los años 60 o 70 sino de revistas de Psicología con referencias que datan de 1945 y 1950. pero es el sentido en el que usan el concepto de género las feministas. El tercer uso como una identidad interna del individuo -más que como algo impuesto desde el exterior- que se expresa en la conducta y en lo que dicen acerca de sí mismos, aparece en textos médicos sobre hermafroditas (intersexuales) y transexuales (los dos autores a los que se atribuye esta tercera acepción son los del psicólogo John Money y el psiquiatra Robert Stoller) . Este tercer sentido es el que usan los activistas trans.

Así que tenemos un conflicto entre los dos sentidos principales de género. Por un lado, algo que va de fuera a dentro: un estado social impuesto a la gente en virtud de su sexo. Por otro, algo que va de dentro a fuera: un sentido innato de identidad. Para las feministas, el género es lo que sucede debido a la crianza. Para los activistas trans, el género es lo que sucede a pesar de la crianza.” Todo ello genera una gran confusión. El psicólogo Ray Blanchard ha propuesto que habría sido mejor usar la distinción “sexo objetivo” y sexo subjetivo” en lugar de sexo/género y propone que se retire el concepto de género (aquí, aquíaquí y aquí). Según esta distinción de Blanchard, ciertas actividades podrían ir asociadas al sexo subjetivo (uso de pronombres o de baños, etc) mientras que otras actividades irían asociadas al sexo biológico u objetivo (competición en deportes por ejemplo) ¿Qué piensas que podríamos hacer con el concepto género y qué te parece la propuesta de Blanchard de distinguir entre un sexo biológico u objetivo y un sexo subjetivo o social?


El concepto de “género” ha experimentado en las últimas décadas una inversión semántica curiosísima. No es la primera vez que ocurre algo así en el ámbito de la psicología. De referirse a los estereotipos sexuales socialmente determinados en donde se materializan relaciones de poder de tipo político, pasa a referirse a una esencia interna de naturaleza psicológica ahí dada. Lo político puede criticarse o combatirse. Lo psicológico sólo puede afirmarse. El lío termina de montarse al añadirse el concepto de “identidad”, al que le ocurre casi lo mismo: de ser un complejo concepto filosófico —la identidad sintética, la identidad fenoménica, la identitas en Tomás de Aquino…— pasa a ser un sentimiento íntimo indefinible.

Si dos personas que no tienen ninguna característica en común pueden ser ambas mujeres, y dos personas que tienen todas las características en común pueden ser un varón y una mujer, entonces “varón” y “mujer” son palabra que han dejado de tener significado. El género es la nuevo alma, y comparte todos los problemas oscuros y metafísicos de la vieja. Todo eso se ve potenciado por el uso de una retórica metafísica que pretende ser solemne y gloriosa, pero a la que se le ve a la legua la banalidad de su demagogia —“estas personas sólo quieren que se les permitar existir”, cosas así—.

Quizá la distinción de Blanchard pudiera, por ejemplo, resolver algún problema administrativo, ya que resulta obvio que el Registro Civil no se interesa por lo subjetivo, pero deja las grandes preguntas sin resolver: ¿qué es el sexo masculino subjetivo? ¿qué es sentirse mujer? ¿alguien puede sentir que tiene los ojos azules o que es de etnia caucásica? Aceptar un sexo subjetivo acabaría abriendo la puerta a la psicologización de los estereotipos sexuales sociales, y estaríamos en las mismas —“es que yo soy…”, “¡quiero existir!”—.


3.- El movimiento feminista ha ido evolucionando, pasando por distintas etapas, pero en la actual ha llegado a un punto en el que a mucha gente le cuesta distinguir al feminismo del movimiento LGTBIQ+, pero, de hecho, existe una guerra abiertamente declarada entre ambos movimientos, al tiempo que convergen en algunos puntos. ¿Podrías deshacer la madeja de este batiburrillo de reivindicaciones sociales para señalar sus parecidos y diferencias?


La sigla LGTBIQ+ es otro batiburrillo difuso en donde se mezclan cuestiones tan diferentes como, por ejemplo, la orientación sexual y la identidad de género. ¿Qué sentido tiene agrupar estas condiciones bajo un mismo paraguas? Al final, el hilo agrupador del colectivo LGTBIQ+ es mucho más connotativo que denotativo: personas marginadas por cosas que tienen que ver con el sexo y a las que queremos ayudar en su normalización, respeto, visibilización, etc. Pero no podemos ayudar por igual, pongamos, a una lesbiana, a una persona que sufre el síndrome de Klinefelter y a un señor que tras su jubilación descubre que es mujer.

Podría parecer que el feminismo comparte con el movimiento LGTBIQ+ este aire de familia, esta nube de connotaciones. Pero el feminismo es un movimiento riguroso, que analiza la realidad desde las coordenadas materiales y sociales del sexo para conseguir acabar con la injusta discriminación que han sufrido y sufren las mujeres. Tiene una agenda propia e independiente. Puede coincidir en ocasiones con la agenda LGTBIQ+, pero, en tanto que el movimiento transactivista vacía de contenido categorías como “mujer”, también puede enfrentarse frontalmente a la visión queer de la transexualidad, profundamente retrógrada y misógina. Como ha señalado Amelia Valcárcel, el movimiento queer es la contrafigura del feminismo.


4.- La denominada maternofobia es un signo de los tiempos que, como bien señaláis en vuestro libro, supone un serio problema demográfico, pero también refleja un cambio de actitud hacia la maternidad que puede tener relación, en muchos casos, con una percepción narcisista de la vida. ¿Qué cambios económicos, sociológicos y psicológicos podrían explicar esta tendencia?


El mercado del placer, la comodidad y la satisfacción inmediata de los deseos mueve tamtos millones al año como el mercado armamentístico o farmacéutico. Desde todas las instancias sociales se exhorta a un individualismo extremo, a la búsqueda de una felicidad ensimismada y narcisista, a la consecución de metas hedonistas a corto plazo. Todo esto, claro, casa mal con la maternidad. La natalidad se encuentra en cotas bajísimas desde hace años, y la gente tiene un hijo muchas veces porque no se puede tener medio. Creo haber leído hace poco que en muchas ciudades occidentales ya se mayor el número de mascotas que de niños.


5.- Explicáis muy bien la evolución de la reproducción, la famosa replicación íntimamente vinculada a la vida misma como sistema autorregulado (autopoiético) a lo largo del tiempo geológico. El sexo es, visto desde este punto de vista en el que miles de millones de años nos contemplan, una realidad sujeta a imperativos biológicos. Pero aunque el mundo gire en torno al sexo como realidad biológica reproductiva, la teoría de género pone en el centro al sexo como identidad sexual. ¿No es la nuestra una sociedad obsesionada con el sexo como actividad recreativa?

Es fundamental distinguir entre la finalidad filogenética biológica del sexo y la finalidad ontogenética psicológica del sexo. La primera es obviamente la reproducción. La segunda ya es mucho más variada, y la obtención de placer es uno de sus principales componentes, aunque no el único ni mucho menos. Una amplísima mayoría de nuestras conductas sexuales no tienen finalidad reproductiva —masturbación, prácticas sexuales no coitales…—, y eso ha sido siempre así. La función recreativa del sexo es una característica importante de la condición humana.

El mercado hedonista lo potencia, claro. Ahora bien, el aumento de la presencia pública del sexo no necesariamente implica un aumento de su práctica real. Curiosamente, las investigaciones señalan un descenso de las relaciones sexuales entre los jóvenes. Poco a poco el sexo está dejando de ser algo que se hace para pasar a ser algo que se es. Paradójicamente, en la sociedad hedonista corren malos tiempos para el placer.


6.- La mente humana no es ajena al dimorfismo sexual que nos caracteriza. Por otro lado cada vez más se evidencia que la mente y el cuerpo forman una indisoluble unidad.  Y, aunque nadie nace en un cuerpo equivocado, la denominada disfória de género, podría tener un componente biológico. ¿Cómo separar ese componente biológico de las influencias sociales en la autopercepción?


Desde una psicología materialista adualista no se niega la existencia de factores biológicos, pero sí se niega que éstos vengan dados ya a escala psicológica. Hay que hilar muy fino en estos temas. Llevamos casi cien años viendo cómo se encuentran las causas biológicas de la extraversión, del alcoholismo, de la homosexualidad, de las altas capacidades… y ahora de la disforia de género. Sin embargo, jamás se ha llegado a desarrollar una prueba neurofisiológica que a priori pueda predecir quiénes serán extravertidos, alcohólicos, homosexuales o tendrán altas capacidades. Tampoco va a desarrollarse esa prueba respecto de la disforia de género. Podemos esperar sentados.

Buscar la disforia en la neurona es como buscar la forma de la Torre Eiffel en el hierro. Si en vez de hierro usamos madera, yeso o barro, no es posible la Torre Eiffel, pero lo relevante para entender la forma de la Torre Eiffel está en la historia del arte, la historia de la arquitectura, incluso el contexto sociopolítico del momento y la vida del propio Eiffel.


7.- ¿En qué estás trabajando ahora? ¿Qué cuestión de nuestra psicología social humana te preocupa o intriga más?


Siempre me ha interesado el valor operante que tienen las emociones humanas, que veo más como acciones realizadas por las personas que como meras reacciones que a la persona le suceden. El aprendizaje social de las emociones es fundamental para comprenderlas. En especial, es fundamental para entender las emociones problemáticas y aparentemente inexplicables.

Y dentro de estos fenómenos emocionales difíciles de explicar, creo que pocos son tan interesantes como los atascos de la juventud femenina a lo largo de los últimos cien años. Eso que se llamó “histeria”, los problemas de personalidad múltiple, el trastorno de personalidad múltiple, los trastornos de la alimentación. Tuve ocasión de seguir muy de cerca el auge de la anorexia restrictiva hace unas décadas. Y ahora estamos con estos nuevos problemas, también mayoritariamente juveniles y femeninos. Siempre los mismos perfiles. Siempre los mismos atascos.

Ahora estoy centrado en eso que algunos llaman “disforia de género de inicio rápido”. Creo que voy a quedarme un tiempo en él. Llegué a este tema casi de casualidad, pero su rabiosa irracionalidad y su actualidad política me mantiene atrapado en él. Se van a cometer graves errores políticos y clínicos, y hay que arrimar el hombro. Ojalá pronto podamos darlo por superado y podamos dedicarnos a cuestiones más genéricas y conceptuales, que son siempre en las que me han interesado más.


 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Puedo coincidir con Errasti en su posición respecto al sexo biológico, pero una vez que entra a temas relacionados con el impacto de las influencias biológicas sobre la condición trans cuesta tomarse en serio lo que dice, parece anclado en una visión antigua y caduca de la disciplina.

Germánico dijo...

Normalmente damos la voz a científicos y autores que aportan cuestiones interesantes al debate sobre la naturaleza humana, y para nosotros la entrevista va de eso, de que la naturaleza humana no puede ser apisonada para convertirse en una tabla rasa donde cada uno escriba su relato. Más allá de eso y de la constatación de que es falso que el sexo sea fluido (no binario), podemos coincidir o no con el autor (en este caso José Errasti) sobre, por ejemplo, en lo que es el feminismo hoy y qué es el género, o la naturaleza detrás de la "disfória de género". Son debates distintos, y en otras entrevistas quizás tengamos la oportunidad de exponer puntos de vista diferentes sobre el género y la disforia sexual, o algún autor se pronuncie de modo distinto sobre el tema ya impepinablemente político del movimiento feminista, y su coherencia y solidez interna.

Anónimo dijo...

Interesante.