Evolución, ¿suena bien, verdad? Los vendedores de humo de la
autoestima nos dicen que debemos
evolucionar, que hay que avanzar, probar cosas nuevas, atreverse a cambiar,
que ahí reside la esencia de la felicidad. Quedarse estancado, en la aburrida
repetición de ser siempre el mismo es el billete a la depresión. Esto crea en
nuestras mentes un sesgo positivo hacia la palabra evolución. Se la asocia con
algo bueno, mola. Y esto crea un poderoso malentendido a la hora de entender
correctamente la evolución biológica. Evolucionar parece implicar
semánticamente "ir a mejor". Cuando los estudiantes comprueban,
además, el aumento de complejidad que se observa en el reino de la vida, el error
parece verificarse: la evolución crea seres mejores porque más complejo suele
significar mejor: un oso polar es bastante mejor que una bacteria (nuevo
error). No amigos, en los cinco primeros sextos de la historia natural, la
evolución apenas creó seres muchos más complejos: solo había seres
unicelulares. Es más, tenemos muchos ejemplos en los que la evolución ha
tendido a diseños morfológicamente más simples (léase a Jay Gould). La
evolución ha creado complejidad pero no tenía necesariamente por qué hacerlo.
Y es que cuando comenzó a utilizarse el término la teoría
dominante era el lamarckismo. De hecho, durante la segunda mitad del siglo XIX
casi todos los evolucionistas eran lamarckianos, incluido el propio Darwin,
como bien queda demostrado en su teoría de la pangénesis. A parte de que las
tesis de Lamarck son intuitivamente más fáciles de aprender y aceptar que la
selección natural darwiniana (sobre todo debido a que Darwin introduce el azar
en la evolución y el azar parece llevarse mal, en nuestras cabezas, con
estructuras tan sumamente bien organizadas como son los seres vivos), Lamarck
defendía una finalidad, una teleología en la evolución, a saber, que los seres
vivos tienden hacia la perfección, van haciéndose cada vez mejores. Por eso el
término evolución parecía el más adecuado: lo viviente mejora, es cada vez más
perfecto, evoluciona. Cuando August
Weissmann (el último gran defensor de la selección natural en el XIX) mostrara
que Lamarck no tenía razón, el concepto estaba tan asentado que a nadie se le
ocurrió cambiarlo. Y es que quizá la palabra correcta sea
"transformismo". Las especies se transforman, pero transformar no
tiene el sesgo semántico tan marcado como evolucionar, en el sentido de ir a
mejor: puedes transformarte en algo mejor pero también en un monstruo. La
selección natural nos muestra que eso es lo que ocurre, si bien los monstruos
duran muy poquito en la historia biológica.
Lo mismo ocurre con otras palabras. A mí se me ponen los pelos de
punta cuando escucho expresiones como que "la naturaleza es creativa".
Estamos en las mismas: el vocablo "creatividad" mola mucho. Ahora es
mejor tener un hijo creativo que inteligente. Hay que crear, innovar por
doquier. Entonces la naturaleza (que también mola: natural es bueno mientras
que artificial es malo) tiene que ser creativa. Todo lo bueno tiene que ser
adjetivado de esa manera. Cometemos así dos errores: por un lado esto es un
ejemplo de libro de la falacia ad antiquitatem
(porque algo sea nuevo tiene que ser mejor que algo que sea viejo.
Error: la bondad de algo no tiene por qué estar relacionada con su antigüedad),
y por el otro está en que los predicadores de la creatividad suelen ignorar la
enorme dificultad de definir qué significa que algo sea creado. No suelen darse
cuenta de que están ante un concepto metafísico tradicional cuya comprensión es
casi una locura que ha atravesado la historia de la filosofía sin solución
concluyente.
Dejándonos llevar por estos sesgos semánticos, podemos llegar a
hablar de una Gaia (la naturaleza es nada más y nada menos que una diosa
bondadosa) que representa todo lo bueno: evoluciona, innova, crea, busca la
perfección... y acabar montándonos una película de lo más postmoderno. Decía Ortega y Gasset que las palabras había
que usarlas con bisturí. Sigamos su ejemplo y seamos cuidadosos con el
significado de los términos si pretendemos hacer ciencia y no queremos terminar
recitando mantras en un templo zen.