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miércoles, noviembre 06, 2013

¡Mucho cuidado! ¡Sesgos semánticos hablando de evolución!

Evolución, ¿suena bien, verdad? Los vendedores de humo de la autoestima nos dicen que debemos evolucionar, que hay que avanzar, probar cosas nuevas, atreverse a cambiar, que ahí reside la esencia de la felicidad. Quedarse estancado, en la aburrida repetición de ser siempre el mismo es el billete a la depresión. Esto crea en nuestras mentes un sesgo positivo hacia la palabra evolución. Se la asocia con algo bueno, mola. Y esto crea un poderoso malentendido a la hora de entender correctamente la evolución biológica. Evolucionar parece implicar semánticamente "ir a mejor". Cuando los estudiantes comprueban, además, el aumento de complejidad que se observa en el reino de la vida, el error parece verificarse: la evolución crea seres mejores porque más complejo suele significar mejor: un oso polar es bastante mejor que una bacteria (nuevo error). No amigos, en los cinco primeros sextos de la historia natural, la evolución apenas creó seres muchos más complejos: solo había seres unicelulares. Es más, tenemos muchos ejemplos en los que la evolución ha tendido a diseños morfológicamente más simples (léase a Jay Gould). La evolución ha creado complejidad pero no tenía necesariamente por qué hacerlo. 

Y es que cuando comenzó a utilizarse el término la teoría dominante era el lamarckismo. De hecho, durante la segunda mitad del siglo XIX casi todos los evolucionistas eran lamarckianos, incluido el propio Darwin, como bien queda demostrado en su teoría de la pangénesis. A parte de que las tesis de Lamarck son intuitivamente más fáciles de aprender y aceptar que la selección natural darwiniana (sobre todo debido a que Darwin introduce el azar en la evolución y el azar parece llevarse mal, en nuestras cabezas, con estructuras tan sumamente bien organizadas como son los seres vivos), Lamarck defendía una finalidad, una teleología en la evolución, a saber, que los seres vivos tienden hacia la perfección, van haciéndose cada vez mejores. Por eso el término evolución parecía el más adecuado: lo viviente mejora, es cada vez más perfecto, evoluciona. Cuando August Weissmann (el último gran defensor de la selección natural en el XIX) mostrara que Lamarck no tenía razón, el concepto estaba tan asentado que a nadie se le ocurrió cambiarlo. Y es que quizá la palabra correcta sea "transformismo". Las especies se transforman, pero transformar no tiene el sesgo semántico tan marcado como evolucionar, en el sentido de ir a mejor: puedes transformarte en algo mejor pero también en un monstruo. La selección natural nos muestra que eso es lo que ocurre, si bien los monstruos duran muy poquito en la historia biológica.

Lo mismo ocurre con otras palabras. A mí se me ponen los pelos de punta cuando escucho expresiones como que "la naturaleza es creativa". Estamos en las mismas: el vocablo "creatividad" mola mucho. Ahora es mejor tener un hijo creativo que inteligente. Hay que crear, innovar por doquier. Entonces la naturaleza (que también mola: natural es bueno mientras que artificial es malo) tiene que ser creativa. Todo lo bueno tiene que ser adjetivado de esa manera. Cometemos así dos errores: por un lado esto es un ejemplo de libro de la falacia ad antiquitatem  (porque algo sea nuevo tiene que ser mejor que algo que sea viejo. Error: la bondad de algo no tiene por qué estar relacionada con su antigüedad), y por el otro está en que los predicadores de la creatividad suelen ignorar la enorme dificultad de definir qué significa que algo sea creado. No suelen darse cuenta de que están ante un concepto metafísico tradicional cuya comprensión es casi una locura que ha atravesado la historia de la filosofía sin solución concluyente.

Dejándonos llevar por estos sesgos semánticos, podemos llegar a hablar de una Gaia (la naturaleza es nada más y nada menos que una diosa bondadosa) que representa todo lo bueno: evoluciona, innova, crea, busca la perfección... y acabar montándonos una película de lo más postmoderno.  Decía Ortega y Gasset que las palabras había que usarlas con bisturí. Sigamos su ejemplo y seamos cuidadosos con el significado de los términos si pretendemos hacer ciencia y no queremos terminar recitando mantras en un templo zen.